«Satanás y los olvidados»

Artículo de Baltasar Garzón publicado en Infolibre

En 1978 el cantautor Luis Eduardo Aute popularizó una canción irónica que venía a subrayar el desconcierto a que dan lugar algunos hechos cotidianos. Decía así la primera estrofa:

“Cae fuego en lugar de maná,

se disfraza el asfalto de mar,

el zapato no encuentra el pedal

parece que anda suelto Satanás…” 

Hasta ahora no me había dado cuenta de lo aplicable que es esta letra a tantos sucesos aparentemente dispersos pero que, en realidad, están interconectados, o que se resisten a revelar la justa medida de su verdadera entidad, o que remueven nuestra tranquilidad obtenida en algún momento de la vida a base de renunciar a ser quienes éramos.

Se dice que los años te hacen más prudente, más precavido, más conservador. Por ello se cree que con la edad muchas personas de izquierdas se derechizan, hasta el punto de mimetizarse con quienes antes eran sus adversarios políticos. ¿Será que nos volvemos cada vez más temerosos a medida que nos aproximamos al final de nuestro trayecto vital? Como quiera que sea, no ha sido mi caso.

El paso del tiempo deja su huella indeleble, pero mi espíritu inquieto arde con el mismo ímpetu de siempre. Es cierto que ya no corro en la calle delante de los grises, pero con las armas de la palabra y del derecho, sigo defendiendo (o, al menos, procuro hacerlo) las mismas causas de siempre, en nuestro país y en otros continentes.

Leía en la prensa el pasado lunes que España y Estados Unidos van a firmar un nuevo acuerdo para que dos destructores lanzamisiles norteamericanos se desplieguen en la base conjunta de Rota. Aumentarán en un 50% la presencia naval de ese país en territorio español (600 tripulantes en total a añadir a los efectivos ya presentes). Sin embargo, los ministerios concernidos, Exteriores y Defensa, consideran que no hace falta enmendar el convenio vigente entre ambas naciones, por lo que el Parlamento no tiene que ratificarlo. Se ve que no es solo el Tribunal Constitucional el que obstaculiza la acción del legislativo. Me sorprende que, con la gravedad que entraña, a muy pocos incomode tamaña omisión antidemocrática.

Hacer la paz

Soy de los que en su día se sumó a la reivindicación de “OTAN no, bases fuera”, por lo que no puedo permanecer indiferente. Ya no tengo garganta para gritarlo en las calles, pero no dejo ni dejaré de agitar la pluma para denunciarlo, aunque me gane unos cuantos enemigos más de los que tengo. Ya da igual. Digo lo que pienso y hago lo que más puedo, porque una cosa creo que ha quedado en claro hace tiempo, y es que nunca renunciaré a los ideales y valores que me forjaron como persona y como profesional encarando la adversidad. Por eso, rechazo tajantemente el axioma de que, para conseguir la paz, hay que dotar de armamento al país necesitado.

Lejos quedan aquellos días en los que en vez de hacer la guerra, había que “hacer el amor”. Eran los tiempos del 68 en que una inmensa oleada de solidaridad y antimilitarismo removió el planeta con sus estribaciones en multitud de lugares, como en EEUU, Francia, México… incluido nuestro régimen dictatorial de entonces. Ahora, ya no es Vietnam sino Ucrania y debemos denunciarlo, tal vez con otras armas y desde otras tribunas, pero con el mismo empeño.

Detrás de cada cohete, de cada bomba, de cada ráfaga de metralla hay una vida humana inocente que se apaga. ¿Qué más tiene que ocurrir para que se sienten a negociar? Al final, siempre ganan los mismos: las grandes empresas de armamento, sus presidentes, consejeros y accionistas, que son precisamente los que han azuzado este absurdo conflicto. Satanás, de nuevo, dispone a su gusto las piezas en el tablero geoestratégico del horror para causar el mal, en todo caso. 

Los olvidados

Antonio Fraguas, nuestro querido “Forges”, escribió durante años en un rincón de sus viñetas: “No te olvides de Haití”. El genial dibujante estaba impactado y concienciado por el desastre del terremoto de 2010 en aquel país bañado por el Caribe. Una tira, de fuerza estremecedora, mostraba a un niño que llorando preguntaba a su madre:

– “La miseria, el terremoto, el cólera… ¿Qué más nos puede pasar, mamá?”

– “Que se olviden de nosotros, hijo”.

Mejor no se puede decir.

El olvido nos convierte en cómplices pasivos. Y lo digo con mayor firmeza después de haber estado allí y ver la miseria en la que malviven millones de seres humanos, mientras las grandes corporaciones y potencias, junto con los oligarcas de turno, se reparten el exangüe botín haitiano. ¿Qué tiene que acaecer para que nuestras cómodas conciencias consumistas se muevan del sillón de la indiferencia?

Ucrania nos revuelve, pero Afganistán queda atrás e ingresa a la lista del “más no se pudo hacer”. Irán, después del mundial de Qatar, ya no tiene presencia en los grandes medios de comunicación. Y, perdidos en lo más profundo de la cesta de las noticias viejas, se encuentran auténticos dramas como lo que sigue pasando en Yemen desde el golpe de Estado de 2014. Según la ONU, a finales de 2021, 377.000 personas habrían muerto en relación con esta guerra.

 ¿Se acuerdan de los rohinyas? Desde principios de los 90, esta minoría musulmana radicada en Myanmar sufre un éxodo obligado, el último se inició en agosto de 2017 cuando un estallido de violencia en el estado de Rakhine obligó a millares de personas, en su mayoría mujeres y niños, a buscar protección en Bangladesh. Hoy, apenas se escucha hablar de ellos.

¿Les suena Boko Haram y sus acciones violentas sistemáticas en Nigeria? ¿Y las acciones terroristas del yihadismo en Mali o Somalia? O ¿los conflictos en Congo o República Centroafricana?

Héroes anónimos

¿Saben dónde está Tigray y qué está sucediendo allí, ahora? Se trata de una región de Etiopía que sufre un conflicto armado desde noviembre de 2020, cuando estalló un enfrentamiento entre las autoridades regionales y el gobierno federal. La guerra está siendo terrible para una población que vive en una enorme pobreza y sobrevive con la ayuda de héroes anónimos como el padre Ángel Olarán, un misionero de Hernani que ha peleado por sacar adelante a huérfanos, mujeres que han sufrido violencia machista, ancianos, enfermos… y a mejorar las condiciones de vida de la gente en Wukro, ciudad en la zona oriental de Tigray. Olarán no ha dejado de clamar contra la injusticia y la crueldad; y de pedirnos ayuda a los amigos, como Maider Arostegi, Dolores Delgado o a mí mismo; a nuestra Fundación; a todos a los que tiene acceso, aunque su voz quede perdida entre tantas cosas importantes y fatuas que tenemos como “prioridades” en nuestras vidas.

El padre Olarán escribe en su blog: “… Sé que Dios atemorizado, dolorido, horrorizado bajo ruinas humanas y materiales, espera una mirada amiga, una mano compasiva…” El misionero vasco, cuyo “ejército” son los voluntarios que le acompañan, es una de esas murallas contra las que se estrellan las fuerzas de Lucifer, gracias a su entereza y amor por las personas que ampara para que no se pierdan en la desmemoria. No tenemos derecho a no saber qué ocurre en Tigray, ni los líderes mundiales a priorizar la ayuda humanitaria en favor de un país porque esté más cerca que otro, o tenga más recursos naturales, o estratégicamente resulte más necesario. Definitivamente, somos seres sensibles a lo inmediato e insensibles a lo lejano. Al fin y al cabo, no es nuestro problema. Tenemos otros asuntos más acuciantes. Y con esto nos justificamos.

La elección de Lula

No crean que parto en el 2023 cargado de pesimismo. Más bien es una invitación a darnos cuenta, al inicio de este nuevo año, de lo que hay por hacer y de planificarnos para ello, para lo cual contamos con algunos rebrotes de esperanza. En Colombia, el presidente Gustavo Petro ha conseguido lo que parecía imposible hace un tiempo: el inicio de un alto el fuego con el ELN, aunque la dirigencia de esta guerrilla se ha descolgado de ese anuncio en 72 horas (veremos qué sucede), las disidencias de las FARC y grupos paramilitares, al menos hasta junio de 2023.

La toma de posesión de Luiz Inácio Lula da Silva quedará en la historia como un emocionante resumen de aquello a lo que debe aspirar una democracia. En un vídeo que se ha viralizado, el nuevo presidente de Brasil camina junto a Francisco, un niño negro, atleta de natación; Aline, una mujer negra que recoge basura de las calles; Raoni, una autoridad indígena de 90 años; Wesley, obrero metalúrgico; Murilo, profesor de colegio público; Jucimara, cocinera; Ivan, un hombre con parálisis cerebral y Flavio, artesano. Con todos ellos iba Resistencia, una perrita callejera que acompañó día a día a los seguidores de Lula en su apoyo frente a la comisaría de la policía federal, cuando estuvo preso, y donde yo también pasé con él unas horas inolvidables a finales de septiembre de 2019, como comenté en un artículo de ese mismo año.

¿Puede haber una mejor forma de rescatar del olvido a los desheredados del mundo? ¿Existe un mayor símbolo que este desfile triunfal de estos a los que creían vencidos, representando a sus compatriotas, seres humanos de toda condición y edad que no son empresarios, que no viven de la Bolsa, que no se codean con las mayores fortunas del mundo, que no necesitan destrozar el medio ambiente para su propio beneficio?

Defender a los indefensos

Lucifer abandona Brasil, pero anda enredando en Bolivia y sus brotes fascistas, con sujetos como Luis Fernando Camacho, que impulsó el golpe de Estado contra el presidente Evo Morales y ahora hay revueltas tras su detención por aquel hecho. El diablo también ha metido su tridente en Perú, en Hungría y en tantos otros lugares, incluido nuestro propio Parlamento donde el debate y el consenso ha sido desplazado por el insulto, la intolerancia y el rechazo al otro.

El cantautor argentino y querido amigo León Gieco escribió una canción fantástica que popularizaron multitud de grandes cantantes como Mercedes SosaVíctor HerediaAna Belén Víctor Manuel. Se titula Sólo le pido a Dios:

“Sólo le pido a Dios 

Que la guerra no me sea indiferente

Es un monstruo grande y pisa fuerte 

Toda la pobre inocencia de la gente.”.

Este canto, junto con aquel otro del mismo autor que avisa de que “… todo está guardado en la memoria, sueño de la vida y de la historia…”, siempre consiguen que me reencuentre con el que era de joven, que es quien pretendo seguir siendo, porque, aunque más viejo y más cansado, enfrento otro nuevo año con la misma ilusión. No hay mayor vocación en la vida que defender a las víctimas, a los indefensos, a los más vulnerables, a los marginados, a los oprimidos, a los perseguidos, a quienes sufren violencia machista; y procurar que nadie sea privado de sus garantías ante la justicia por razones ideológicas o mediante la instrumentación del derecho como arma política (lawfare). Si comenzamos el 2023 con este propósito y lo mantenemos, creo que este año Satanás, aunque siga suelto, por lo menos lo tendrá más complicado.