A nuestra Madre Naturaleza la seguimos matando. El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), pone de manifiesto de manera contundente y sin concesiones una realidad no por sabida menos inquietante. Las políticas de los gobiernos, algunos en particular, los intereses económicos de las grandes corporaciones y la indiferencia del público en general, hacen oídos sordos a la llamada de los expertos y de la propia naturaleza. Estamos tan absortos en lo inmediato que no percibimos la que se nos avecina si no detenemos esta deriva.
Es el momento, pues, de abrir un debate internacional de calado en el que toda la ciudadanía se replantee y reflexione sobre la viabilidad, a futuro, de su forma de vivir y su paso por la Tierra. Hemos de detenernos a pensar en la energía que consumimos y su origen; los productos que compramos y su procedencia; lo que comemos y cómo se produce; las empresas a cuyos productos y servicios recurrimos y su impacto en el medioambiente y en los derechos humanos de quienes sufren en primer término los efectos de esa depredación y explotación suicida.
No vale sólo con exigir acciones a los partidos políticos, a los gobiernos, a los municipios, a la Unión Europea y otras organizaciones internacionales, sino que debemos ser consecuentes y preguntarnos, con coherencia, cómo debemos revisar nuestra conducta en la Tierra para que siga siendo posible la vida en este planeta.
Un nuevo crimen: el Ecocidio
Porque la triste verdad es que se siguen cometiendo verdaderas atrocidades contra la naturaleza, catástrofes dirigidas por el ser humanos a través de grandes empresas y gobiernos que están detrás de la contaminación de nuestros océanos y mares, la desaparición de especies animales, la polución de la atmósfera y el aire que respiramos, la destrucción de subsuelo, la expoliación de bosques y selvas, o la degradación de los ríos.
Mientras unos rechazan verlo y siguen empecinados en posiciones negacionistas que ningún informe científico medianamente serio es capaz de sostener, otros hemos decidido ponerle nombre y es el de ecocidio. Este concepto, que desarrolló la ya desaparecida Polly Higgins, define con maestría la destrucción de todos esos ecosistemas hasta hacerlos inservibles para la vida y disfrute de sus habitantes: animales, plantas o personas.
Ante el ecocidio, urge activar la ley y la justicia internacional y universal y luchar contra la impunidad derivada de la barbarie climática y ecológica. Es una actitud insoslayable que no debe demorarse ni un segundo.
Cumbre Mundial sobre la crisis climática
Mientras tanto, y auspiciada por la ONU, en diciembre tendrá lugar en Santiago de Chile la mayor cumbre mundial sobre la crisis climática, la COP 25, en la que cerca de 30.000 mil asistentes representando a 200 países debatirán sobre nuestros mares, las energías renovables, los ecosistemas, la biodiversidad… Los acuerdos que se alcancen podrían significar un respiro para la Tierra, ahogada por la mala gestión de nuestros dirigentes. Pero de poco servirá el mejor concierto si luego ceden a intereses espurios, condicionados por las cuentas de resultados de las empresas y las exigencias de los accionistas que les llevaron al sillón de mando. Como manifestó hace unos días el Papa Francisco, hay una mala palabra para toda esta catástrofe medioambiental: corrupción.
La respuesta ciudadana
Debemos ir más allá, aportando una sólida formación a niños y jóvenes, mientras los adultos debemos ser reeducados para cuidar mejor nuestro planeta y dar valor al legado que transmitiremos las siguientes generaciones. Esta educación deberá verse reflejada en una mayor acción política y ciudadana inspirada en los valores democráticos que hacen de la política una vocación de servicio en favor del bien común y del bien mayor y no en el ejercicio burdo del poder en favor de las élites y sus provechos económicos. La participación ciudadana es una fuerza capaz de frenar los apetitos voraces de los poderosos. Pero también en el ámbito legislativo, local e internacional y especilamente en el de la justicia es necesario dar pasos definitivos por encima de intereses económicos o políticos.
Debemos diseñar esos nuevos espacios, por ejemplo a través de la jurisdicción universal, ampliando su esfera de protección a la naturaleza. Como dice el teólogo Leonardo Boff: «El tiempo de las naciones está pasando; ahora es el tiempo de la Tierra y tenemos que organizarnos para garantizar los medios que sustentarán nuestra vida y la de la naturaleza».