«El fantasma del año nuevo»

Artículo de Baltasar Garzóon publicado en Infolibre

Si los tres fantasmas de las Navidades a los que dio vida Charles Dickens, en su obra A Christmas Carol (traducida como Cuento de Navidad o Canción de Navidad) pudieran vernos en estas fiestas, creo que serían contundentes. El espíritu de las Navidades pasadas nos recordaría la época en la que de jóvenes queríamos cambiar el mundo y abordamos con ilusión y confianza lo que tenía que venir: la recuperación de la democracia y la libertad, abrirnos a Europa y al mundo, con progreso económico y social que nos sacó de un largo período de oscurantismo.

Es una etapa remota que tiene el contrapunto de lo que nos podría mostrar su colega, el fantasma de la Navidad presente, que seguro nos afearía la enorme contradicción que existe entre lo que decimos y lo que finalmente hacemos. Sí, porque en estas fechas la estampa habitual es enviarnos cariño, canciones, bondades, buenos propósitos para el nuevo año 2023 y, sin embargo, hacemos todo lo contrario. El fantasma nos diría que nuestra actitud se resume en el sueño caótico que nos acosa en estas noches de atracones de comida en los que el omeprazol es el rey; en la idea de ponernos frente al televisor para ver películas; darnos abrazos y, de fondo, carecer de la más mínima voluntad para cambiar las cosas, dejándonos llevar por una inercia que nos conduce a paso firme hacia el deterioro de nuestra “casa común” y quién sabe si a nuestra propia autodestrucción. Apenas si hemos prestado atención a la noticia: “Un otoño muy cálido dará paso al que probablemente será el invierno más caluroso hasta ahora”.

“Lo que hacéis —nos diría el fantasma—, es mentiros de forma sistemática a vosotros mismos; es mentirle al niño Jesús, a San Nicolás, a Papa Noel, a los Reyes Magos y al sursum corda. Es vivir en una falacia constante, no querer enmendar las cosas, avanzar inexorablemente hacia una distopía, tranquilizar las conciencias a base de añagazas, mantecados, regalos y villancicos”.

Lo que podría ser

Y es aquí donde entraría en juego el espíritu de las Navidades futuras. Nos explicaría cómo se transformarían nuestras vidas si realmente tuviéramos verdadera intención de cambiar las cosas, si Putin quisiera lo mejor para su pueblo, si Biden dejara de engrosar la cuenta de resultados de las empresas de armamento, si verdaderamente fuéramos solidarios y no insensibles ante la adversidad ajena, si en vez de cerrar los muros a los migrantes los abriéramos, si en vez de proteger la ley y el orden con muertos en las fronteras fuéramos capaces de compartir los espacios vitales y las riquezas, si en vez de instrumentalizar el derecho con fines políticos protegiéramos realmente a los que precisan la protección de aquel, si en vez de querer el poder en beneficio propio buscáramos la armonía de la sociedad con un auténtico servicio público. Si en vez de destruir, construyéramos, si en vez de acabar con la naturaleza la amáramos y viviéramos en armonía con ella. Si así lo hiciéramos, habríamos conseguido que esta y cualquier otra Navidad fuera verdadera, coherente y sincera, y, podríamos mirarnos al espejo, al menos durante unos minutos, sin retirarnos.

“Sería todo diferente si realmente antepusierais los derechos de los demás a los propios intereses, la defensa de lo común a la exclusividad del egoísmo, la solidaridad al individualismo…”, nos explicaría el fantasma. Y quizás preguntase “¿qué habéis hecho con ese verdadero sentido de la Navidad? Bien sabéis que se trata de compartir, de ser generosos, de hacer el bien sin esperar recompensa, solo porque sí, solo por bondad. ¡No, no y no! La Navidad no se trata de consumir, ni de abandonarse a los excesos, ni entregarse a una vana diversión”. Pero los fantasmas no existen y apenas nuestra conciencia nos habla tenuemente, tan tenue que ni nos percatamos de ello, y seguimos avanzando sin sacudirnos el polvo de los zapatos.

La desvergüenza

En la realidad, intentamos ser felices dentro de lo que cabe y nos dejan, pero escasas veces miramos más allá, apenas ampliamos el horizonte y, desde luego, no luchamos por cambiar las cosas, por salirnos del marco en el que nos han querido situar y en el que nos encontramos. No nos agrada, ni aceptamos lo que por imposición nos obligamos a aceptar. Descubrimos entonces que no somos realmente felices por falta de reacciones ante nuestra contenida inconformidad.

Pienso en la sequía y en los huracanes; pienso en mi nieta Aurora y en mi nieto Héctor; pienso en la guerra, en la de aquí cerca y en la que geográficamente está mucho más lejos, pero no por ello menos cruenta; pienso en el hambre de miles de niñas y niños; pienso en la última mujer asesinada de este año y en la primera del año que viene; pienso en los desaparecidos; pienso en la próxima patera repleta de migrantes naufragando frente a nuestras costas y en los siguientes que pierdan la vida saltando la valla; pienso en los pueblos indígenas y su defensa del medioambiente y el territorio; pienso en los periodistas y en los líderes sociales perseguidos, encarcelados y asesinados. Y pienso y pienso y no dejo de pensar en que podemos y debemos hacerlo mejor.

Pienso también en España y en el espectáculo vergonzoso al que por desgracia nos tienen acostumbrados algunos de nuestros políticos que, en vez de guiarnos con sabiduría en estos tiempos tan convulsos, no dejan de agredirse verbalmente y atrincherarse en sus posiciones sin que exista un verdadero diálogo constructivo para buscar acuerdos que velen por el bien común.

¿Qué dirían los espíritus de la Navidad a los políticos que nos decepcionan día tras día con su lenguaje zafio y vulgar? Mi padre (descanse en paz) que gozó pocos años de la democracia, respetaba sobre todo al Poder Judicial y al Parlamento, pero ¿cómo hacerlo ahora cuando los parlamentarios se faltan al respeto de forma sistemática entre ellos? Nos empujan a desapegarnos de la política y a dudar de su credibilidad y de su necesidad y con ello, se pone en cuestión a la propia democracia, generando un caldo de cultivo del que se nutre la ultraderecha y el renovado fascismo. O, ¿cuándo se renovará el Consejo General del Poder Judicial, órgano de gobierno de los jueces? Porque a pesar de que se pongan de acuerdo, casi por equivocación estratégica de los vocales conservadores en la designación de dos magistrados del Tribunal Constitucional, el CGPJ está caducado en su mandato por cuatro años.

La muerte de Tim

Es muy difícil asumir que personas de estudios e inteligentes, como se supone que son nuestros representantes políticos, tengan como único argumento el insulto y la acusación de que el otro quiere traicionar a España… y no hagan nada por remediarlo sino todo lo contrario como —vuelvo a ello como ejemplo— destruir y manipular instituciones como el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional. Luego, con desvergüenza, nos desean un próspero año nuevo, implantando la doble moral de la Navidad. Las sonrisas y los abrazos son aquí falsos o al menos sectarios e interesados.

Si por algunos de nuestros políticos fuera, el pequeño Tim dickensiano moriría pasto de la enfermedad mientras su padre seguiría explotado hasta la extenuación y el señor Scrooge mantendría sus arcas repletas a base de extorsionar a los vulnerables. Ese futuro es el que nos puede llegar —advierte el fantasma que más sabe del porvenir— si los progresistas no tenemos la capacidad y el ánimo de parar los pies a todos los Scrooge que están al frente de las grandes empresas, desforestando el Amazonas cegados por su afán de lucro o utilizando a las personas de cualquier edad como mano de obra semiesclava para obtener beneficio de aquellos productos que, gracias a la publicidad y el marketing, nos hacen anhelar o nos convencen de que son imprescindibles, fomentando nuestro consumo y nuestra pobre ambición de obtener y acumular cosas por lo general innecesarias.

Romper la burbuja

Todavía estamos a tiempo de decidir qué sociedad estamos dispuestos a fomentar. Los progresistas entendemos que la solidaridad, el apoyo a los que lo necesitan, la búsqueda de la igualdad, el rechazo absoluto a la violencia de género, el respeto a todas las condiciones, a todas las diferencias y formas de ser, son valores que debemos llevar como bandera. De frente está la intolerancia, la falta de respeto a los demás, la defensa a ultranza de la propiedad privada —que solo beneficia a sus dueños— y la capacidad de inflamar los conflictos para que los señores de la guerra hagan caja. El premio Nobel José Saramago conocía en profundidad a los tres espíritus y los incorporaba tácitamente a sus escritos como viejos amigos que inspiran y ayudan a crecer en las propias convicciones. Por esa razón es probablemente por la que dejó dicho sobre el consumismo y despilfarro en los países ricos en estas épocas de celebración, que “la Navidad supone vivir en una burbuja que nos defiende de lo que pasa afuera” (…) “donde hay personas que nacen en el Apocalipsis, viven toda su vida en él y no tienen ninguna esperanza.”

Es cierto, es verdad que la Navidad no es feliz para demasiados seres humanos en este nuestro maltratado planeta. Son millones para los que el Año Nuevo no es sinónimo de posibles buenas nuevas. Nuestro propósito debe ser romper la burbuja, dar la mano a quienes desde el inicio no conocen más que penas, para que salgan de ese bucle de miseria. Solo mediante el apoyo mutuo y la generosidad podremos enfrentar el egoísmo y la avaricia. Unidos saldremos todos adelante. Recobremos el auténtico sentido de estas fiestas para poder decir con sinceridad: ¡Feliz Año Nuevo!

Es mi más sincero deseo.