Artículo publicado en infoLibre
Vivimos tiempos de grandes incertidumbres, propicios para perturbar el ánimo. La ciudadanía, otra vez, ha salido al rescate de sus políticos para que no se vean absorbidos por el huracán de intereses y acontecimientos. Estas últimas elecciones han dejado un retrato de nuestra sociedad que en absoluto da la razón a quienes por tantos años han presumido de detentar la mayoría: España es heterogénea y los españoles hemos reflejado en las urnas esa diversidad de opiniones. La derecha acusa con desprecio de fragmentación, llegando incluso a hablar de balcanización, con lo que demuestra su ignorancia y falta de comprensión de lo que de verdad ocurre. La fragmentación supone fractura o rotura del pensamiento común y en nuestro caso bien sabemos que no es así. Por el contrario, ha quedado de nuevo claro que la idea común es un mosaico de sentimientos diferentes, componiendo un puzle general que es lo que dibuja a nuestra patria. Existe unidad en la diversidad, un consenso plural en la defensa de la democracia y de los derechos de ciudadanas y ciudadanos que, una vez más, han rechazado los estériles esfuerzos por uniformar a todos bajo el trasnochado y casposo ideal de una España “única, grande y libre”. Padecimos el fascismo durante casi cuarenta años y pese a la feroz campaña de mentiras, desinformación y difamación, sus herederos no han logrado detentar una victoria absoluta, echando por tierra todos los vaticinios deterministas.
No han conseguido la suma necesaria para gobernar, como exige nuestro sistema parlamentario, no obstante lo cual, y para no admitir su derrota, se aferran al inútil argumento de una mayoría relativa, que, por alguna mágica razón, debería dotarles de un aura de legitimidad para imponerse a los demás, a quienes, simultáneamente, se la niegan. Pero, mal que les pese, hay un amplio conjunto que no les apoya y que, aunque sus componentes presenten muchas diferencias entre sí, está dispuesto a unirse para fortalecer sus puntos de coincidencia. La situación no favorece al binomio conservador y ultraconservador. Aunque se esmeren en tapar el sol con un dedo, la realidad es la que es.
Todo este problema surge porque el bloque de derechas pasa por alto lo que interesa a la generalidad del colectivo y se aferran a los viejos tiempos como a un clavo ardiendo. La derecha tradicional ha pagado alto el precio de ir de la mano de quienes han demostrado su desprecio por los derechos humanos, la libertad y la democracia, absorbiendo un discurso neofascista que a ratos asumen como propio. Esto no es una profecía, sino que es exactamente lo que ocurre con el Partido Popular y su asociación con Vox en administraciones autonómicas y locales, en las que vamos viendo el retroceso de derechos que pensábamos tan consolidados, que nos asombra ahora que se coarten.
Leer a los clásicos
Los líderes de estas formaciones deberían releer (o leer) a los clásicos. Verán que no hay nada nuevo bajo el sol desde que la humanidad se inició en la tierra, y descubrirán una sabiduría acumulada por siglos, de la que sería muy conveniente no prescindir para alcanzar una buena gestión que, eso sí, no debe ser aplicada literalmente sino adecuada y actualizada a nuestros días.
No tengo mucha fe en que Vox sea capaz de hacer autocrítica y cavilar sobre estas cuestiones, vistos su argumentario y los derroteros de su liderazgo, pero no quiero tirar la toalla con el PP, en cuyas filas hay personas de cultura y estudios de nivel, que sin duda bebieron en su día de los conocimientos de los grandes filósofos de la antigüedad. Harían bien los populares en escuchar a sus hombres y mujeres instruidos, en abrirse a su erudición y reflexiones que, con seguridad, se apartarán de proposiciones autoritarias y defenderán, junto con sus postulados políticos y económicos, los valores de nuestra Constitución y nuestra democracia, apartándose de aquellos que califican a nuestro sistema como “el régimen del 78”.
Padecimos el fascismo durante casi cuarenta años y, pese a la feroz campaña de mentiras, desinformación y difamación, sus herederos no han logrado detentar una victoria absoluta, echando por tierra todos los vaticinios deterministas
El PP tiene una reflexión profunda que efectuar: Si desea seguir compitiendo con Vox sobre quién es más español y más de derechas que el otro, o si por fin rechazará sus tesis antidemocráticas y neofascistas, para alinearse con los postulados de los demás partidos conservadores europeos. Estos hace tiempo que se han apartado de la ultraderecha, que tanto daño hace a la sociedad allí donde gobierna. Tal vez siguiendo su estela conseguirían pactar y formar gobierno con las demás fuerzas democráticas. Pero mientras coqueteen con el fascismo, que no se extrañen de que los demás los aíslen junto con los ultras con los que se han refundido. Es lo que deberían llevar a cabo, creo yo, pero dudo que lo lleguen a implementar, porque, más allá de otras muchas coincidencias, derecha y ultraderecha en España concuerdan en las instituciones en las que gobiernan, como si fueran un trofeo o un botín que utilizan en favor de sus propios intereses. Aquí los clásicos ofrecen muy buena orientación.
Moderar placeres y bienes
Del estoicismo, escuela filosófica que fundó en Atenas Zenón de Citio en el siglo III a. C., obtendrían unos principios fundamentales: Una mente tranquila; la habilidad de restringir y moderar la atracción de placeres y bienes, lo que llamamos templanza; la justicia entendida como ser justo con los demás y aplicar el coraje en el día a día de forma clara e íntegra. De ahí se deduce por qué la virtud es el único bien y que las riquezas, por ejemplo, son buenas o malas en función de cómo las utilice el ser humano. Sin duda, de haber asimilado correctamente estas nociones, nos habríamos ahorrado el penoso espectáculo de la trama Gürtel o las sospechosas implicaciones pendientes de la Kitchen, entre otros asuntos que producen bochorno.
Sería bueno para su propia virtud que hicieran memoria de cómo, para Platón, la política es una parte de la moral. Más aún, es la única vía efectiva de ejercer una moral social y también individual, porque Platón considera que la moral del individuo está en relación con la moral de la sociedad. Séneca abunda en esta filosofía, considerando que es preciso dotar al Gobierno de un príncipe sabio, que lleve la racionalidad y busque el trato justo hacia los gobernados. Así lo resume Alberto Monterroso en su libro Séneca, la sabiduría del imperio. “Según esta idea, el príncipe, como si fuera el alma del Estado, debe gobernar en nombre de la virtud, es decir, de la recta razón. Si se dan estos requisitos, encontraremos asentados en el poder los valores de la justicia, de la clemencia y de la moderación…”
Jueces justos
También sería bueno que los jueces y fiscales refrescasen lo que estudiaron en la facultad, como guía para el ejercicio de una profesión que tanto influye en el núcleo social. En tiempos en que la justicia se utiliza para hacer política con la aquiescencia de demasiados de sus operadores, no está de más tener presente a Aristóteles: “… solo la justicia es el bien de los demás, porque hace lo que es en beneficio de otro, ya sea un gobernante o un asociado […] La justicia en este sentido, entonces, no es parte de la virtud, sino la totalidad de la virtud; y su opuesto, la injusticia, no es parte del vicio sino todo el vicio (…) El hombre justo en este sentido trata de manera adecuada y justa a los demás, y expresa su virtud en su trato con ellos, sin mentir, engañar o quitar a otros lo que se les debe”.
Sin olvidar que, para el filósofo, se necesita[i] un juez educado para aplicar decisiones justas con respecto a cualquier caso en particular. “La injusticia –afirma– se comete cuando alguien elige de antemano hacer daño y obrar contra la ley» debido a «la maldad y la falta de dominio».
Qué buenos argumentos para que algunos jueces recuerden anteponer el bien común a sus afinidades con algún partido, al que le deben sin duda su actual estatus o su futura posición, en el supuesto de que tal formación obtenga el poder. Ya saben que no hace falta que haya muchos amos, porque una sola es la servidumbre. No puedo evitar pensar en algunos, como es el caso de los miembros de la sala de vacaciones del Tribunal Constitucional, que lanzaron una resolución con inevitable lectura política, y, con eso, vete a saber si consideran que prestan un servicio a “los suyos” cuando lo que consiguen son sospechas de servidumbre. Sin embargo, se apartan del verdadero servicio que deben hacer para pacificar a la sociedad.
«Breve es la vida…»
Les recomiendo estas palabras de Marco Aurelio, gran filósofo y excelente gobernante del Imperio Romano desde el año 161 al 180 d.C.: “… Preciso es que a partir de este momento te des cuenta de qué mundo eres parte y de qué gobernante del mundo procedes como emanación, y comprenderás que tu vida está circunscrita a un período de tiempo limitado. Caso de que no aproveches esta oportunidad para serenarte, pasará, y tú también pasarás, y ya no habrá otra…”
Marco Aurelio es lectura obligada para los políticos también. Vean si no estas palabras del libro VI de la misma obra, Meditaciones: “Es vergonzoso que, en el transcurso de una vida en la que tu cuerpo no desfallece, en éste desfallezca primeramente tu alma. ¡Cuidado! No te conviertas en un César, no te tiñas siquiera, porque suele ocurrir. Mantente, por tanto, sencillo, bueno, puro, respetable, sin arrogancia, amigo de lo justo, piadoso, benévolo, afable, firme en el cumplimiento del deber. Lucha por conservarte tal cual la filosofía ha querido hacerte. Respeta a los dioses, ayuda a salvar a los hombres. Breve es la vida. El único fruto de la vida terrena es una piadosa disposición y actos útiles a la comunidad…”
Sin duda, el problema de estos dirigentes es que les corrompe el poder y su obtención, pero no les preocupa la verdadera función del servicio público, que consiste en armonizar a la sociedad democrática y consolidar sus valores de coherencia, diversidad, respeto, otredad, solidaridad y tolerancia. Vivimos pendientes del mercado de los cargos y no del sentido que la política debe tener para que la sociedad recupere la tranquilidad para ser feliz, aun en el infortunio. Hay que aprender del pasado, no para tratar de cambiarlo, pues es imposible, sino para ser conscientes de que nos arriesgamos a repetir nuestros errores y horrores si nos olvidamos de él, y eso implica verdad, memoria y reparación. La buena justicia es necesaria, especialmente cuando algunos se empeñan en degradarla usándola como instrumento de acción política.
Nos falta una reflexión profunda sobre nuestro pasado, nuestro presente y futuro. Tenemos que recordar de dónde venimos, para trazar el rumbo hacia dónde vamos. Por esa razón, el estoicismo, el pensamiento socrático, el de Marco Aurelio o el de Séneca nos enseñan que solo el tiempo es nuestro, lo demás es ajeno y, por ello, no deberíamos desperdiciarlo en necedades y trampas.
[i] Libro V de la Ética a Nicómaco