Artículo publicado en infolibre.es
Tras largos años de sondeos, encuestas, trackings y auténticas profecías, hemos pasado desde la absoluta convicción de un triunfo azul por goleada, a la realidad que tanto debe estar doliendo a la derecha de nuestro país, una vez que se conocieran los resultados de estas últimas elecciones generales. Las auspiciosas quinielas que les prometían un futuro feliz aparecieron prácticamente desde que el gobierno de coalición llegó a La Moncloa, y no estaban exentas de descalificaciones hacia todo el que osara contradecirlas, teniendo en la diana al famoso “CIS de Tezanos”.
Puede que se nos haya olvidado, porque todo va muy deprisa, pero hemos vivido cuatro años en los que las conjeturas de futuro –en ocasiones auténticas visiones de bola de cristal– nos han acompañado casi a diario. ¿Por qué tal tenacidad? Sin duda porque el PP y sus afines no aceptaron una derrota sazonada –no lo olvidemos– por su desempeño en afanes corruptos, condenado con todas las de la ley por la Audiencia Nacional, con la plena ratificación del Tribunal Supremo. Han hecho varios paripés de renovación interna del partido para, supuestamente, dejar atrás aquella etapa de sobres con dinero en efectivo y contabilidades paralelas a cargo de “ese señor del que usted me habla”.
Sin embargo, en vez de hacer una renovación en serio tras el fallido paso del señor Pablo Casado, el partido eligió al señor Núñez Feijóo, salpicado de amistades peligrosas. Menuda renovación. Tal vez haya sido para ocultar esta falta de limpieza y reordenación que su estrategia fue salir golpeando, acusando desde el primer momento a sus adversarios políticos de ser unos “okupas” llegados a la cumbre sin legitimidad alguna y, luego, de gobernar con ETA e incluso haberse sometido a ellos y ser meros títeres de los terroristas. Absurdo, vergonzoso y un insulto para las víctimas.
Fueron años con esta misma cantinela y con encuestas, predicciones y premoniciones que presagiaban el desalojo de los progresistas del gobierno y el regreso en gloria y majestad del Partido Popular, así fuera de mano de la ultraderecha.
Amigas y amigos, desde un punto de vista profesional, las encuestas de opinión y su análisis sirven para medir qué piensa la opinión pública, al menos en un momento puntual. Hasta ahí bien, pero desgraciadamente esta herramienta se usa también con otro objetivo, que es crear una imagen de ganadores –ellos– y perdedores –los otros– que, a base de machacar constantemente, acabe calando en el imaginario colectivo. Este era su plan, no se sabe bien sobre qué base científica, en caso de que la haya, pero, claro está, no les ha dado resultado, a pesar de todo el tiempo, esfuerzo y dinero invertidos en ello.
En este proceso han sido parte fundamental las empresas del sector que se han prestado a este bombardeo de cifras poco fiables y destinadas a servir a los objetivos del contratante, motivados por un interés comercial, pero también en servicio de una determinada ideología. A fin de cuentas, si las cosas les salían bien, se rifaría un puesto apetitoso, el de presidir el Centro de Investigaciones Sociológicas –CIS–. Tal vez por ello la estrategia incluía denostar a esta institución y a su presidente, para así de paso desbaratar cualquier informe que pudiera llevarles la contraria.
El complemento perfecto para este baile de cifras y encuestas siempre es una buena campaña de prensa. De esta cruzada han formado parte numerosos tertulianos, insignes opinadores y no menos importantes medios que se han esforzado por allanar el camino hacia la tierra prometida.
Esta cruzada que reúne a políticos, periodistas y empresas encuestadoras nos lleva por un peligroso camino, que es engañar a los ciudadanos y así faltarles el respeto a ellos y a la propia democracia.
Sí, porque a la postre, este tipo de campañas y apaños falla en lo esencial, que es planificar en los despachos mientras se da la espalda a nuestra idiosincrasia. La ciudadanía española es muy celosa de expresar en público lo que piensa y lo que va a votar. Vivo está el recuerdo de aquel oscuro tiempo en el que “significarse” te podía costar muy caro. Corren las encuestas y los datos hasta que llega el momento de la verdad y fracasan, y, entonces, ni siquiera asumen el error y buscan culpables fuera.
Rebeldes con causa
También hay que reseñar la rebeldía de algunos profesionales frente a la manipulación mediática. Me quito el sombrero ante la profesionalidad de la periodista de TVE que puso coto a las mentiras del candidato Núñez Feijóo; las explicaciones que han hecho mella nadando en contra de un mar de falsedades; la seriedad de algunos medios como infoLibre; el compromiso progresista de muchos y la defensa del sistema democrático español.
Ahora los especialistas en sondeos han tenido que arriar velas y justificarse como mejor han podido. Narciso Michavila, director de GAD 3, decía el día después durante una entrevista: “El miedo de un elector de izquierdas que se quedó en casa en municipales y autonómicas, ese miedo a la alerta antifascista, ha vuelto a funcionar como funcionó en abril del 2019”. Argumentó que en los trackings que su consultora manejaba se había detectado que la fuga de voto del PSOE al PP “se frenó sustancialmente” cuando muchos electores vieron que la única alternativa al Ejecutivo actual pasaba por un Gobierno de coalición de los ‘populares’ con Vox.
En mi gremio, el de la justicia, también hemos dado una lección de humildad a los ultraconservadores que ya se repartían prebendas y parabienes al verse en el poder que, como es sabido, no quieren abandonar
¡Pues vaya descubrimiento! ¿no? Pero claro, hay que justificarse. Lejos queda el futuro azul predominante y absoluto que se había aventurado y ratificado al filo de los sufragios. Por si acaso no convence la explicación, Michavila intensifica su argumento: “Estamos preparados para equivocarnos, pero no para mentir y menos con el dinero de los españoles”. ¿No les parece a ustedes que en este caso se cumple aquello de que “la excusa agrava la falta”?
Para mayor disgusto de quienes se han visto golpeados por el peso de la realidad, los españoles hemos votado de forma variada, pero abarcando los distintos conceptos de país vigentes en la sociedad, y hoy por hoy existentes en el panorama político. Los débiles llamamientos del PP a dejar que se imponga la lista más votada –que solo esgrimen cuando no pueden formar gobierno– no es ni la esencia ni el sentido de nuestro sistema. No estamos en un régimen presidencial sino en un sistema parlamentario, en el que el juego de pactos, alianzas y mayorías se construye en la sede principal de nuestra democracia, el Congreso. Quien logra el apoyo mayoritario de la cámara será el presidente del gobierno mientras cuente con su confianza, por disposición expresa de nuestra Constitución. No hay más. Los discursos y ataques contra un gobierno electo de esta forma, en realidad, van en contra de una disposición constitucional expresa. Por lo demás, tampoco puede ser considerado más democrático un gobierno que sale de un partido ganador que aquel otro que resulta de las diferentes sensibilidades políticas que lo conformen y que reflejan la realidad de un país plural como España. La respuesta de Pedro Sánchez a la solicitud de entrevista de Alberto Núñez Feijóo, recordando que la conversación se interrumpió abruptamente cuando el PP se negó a renovar el CGPJ, entre otras cosas, es suficientemente descriptiva de quién quiere gobernar y quién puede hacerlo.
Amenazas de balcanización
Núñez Feijóo, protagonista de una amarga victoria electoral, aumentada en un escaño por el voto exterior, había soltado, además, la siguiente perla, luego repetida en editoriales y artículos conservadores hasta la saciedad:
«España necesita un Gobierno con capacidad para hacer frente a los problemas de los españoles y para ofrecer diálogo y reencuentro entre los ciudadanos. España no puede permitirse alianzas a la contra y bloqueos. Los españoles no podemos permitir que nuestro país se balcanice…”
Es decir, un gobierno de la derecha con la extrema derecha es bueno, se apoye donde se apoye o con quien vaya, pero cualquier otra opción de coalición es mala. Vaya sandez, o incluso diría, vaya inmoralidad democrática. Aquellas expresiones no son ingenuas y resultan sumamente peligrosas. En los Balcanes hubo una guerra feroz con graves casos de crímenes de guerra, de lesa humanidad y genocidio. Por lo demás, no sé si Feijóo está en condiciones de ofrecer diálogo y reencuentro entre todos los españoles, cuando durante estos años, al dictado de su equipo de comunicación, no ha hecho más que alimentar la animadversión hacia el contrario. Aunque en esto Vox, su socio preferente en todos los gobiernos autonómicos, va más lejos al alentar el transfuguismo de media docena de diputados socialistas “buenos” para que nieguen a su partido y apoyen la investidura de Feijóo. No comentaré nada de cómo los populares incluso llegaron a jugar con la idea de reunirse con Junts, con la contradicción salvaje que ello implicaría. Pero habría mucho que decir.
Frente a tanto absurdo, lo cierto es que los progresistas vemos con esperanza la reedición de un gobierno de coalición dispuesto a gobernar para un país integrador, solidario, diverso, que rechaza el patriarcado y el machismo. Es la comprobación de lo que esta sociedad puede hacer cuando se lo propone. Nos hemos movilizado en defensa de los derechos de todos, luchando por ellos; sin discriminaciones ni sectarismos; por los vulnerables, por la memoria democrática. Y –permítanme esta pequeña maldad– en mi gremio, el de la justicia, también hemos dado una lección de humildad a los ultraconservadores que ya se repartían prebendas y parabienes al verse en el poder que, como es sabido, no quieren abandonar. Verbigracia, el Consejo General del Poder Judicial.
El 21 de julio, mi madre, con casi 94 años, salió de un hospital madrileño donde estuvo ingresada. Necesitaba marchar lo más pronto posible, y cuando la doctora le aconsejó que no se precipitara, respondió: “Necesito el alta porque tengo que llegar a Sevilla y votar el 23. Estas elecciones son muy importantes”. En ese momento sentí un sano orgullo al ver este ejemplo de resiliencia que fortalece a un país y sus convicciones democráticas, contra la demagogia y las campañas de desinformación orquestadas por siniestros personajes como Miguel Ángel Rodríguez, que ignoran que no se puede ser demócrata a tiempo parcial.