«Patrioteros»

Artículo de Baltasar Garzón publicado en Infolibre

En estas dos últimas semanas me estoy despertando sobresaltado, algo que seguramente les pasará a muchos progresistas en todo el mundo. Contra todo pronóstico, el pasado lunes 3 de octubre conocimos la corta victoria de Lula da Silva sobre Jair Bolsonaro en las elecciones brasileñas del domingo, un virtual empate técnico que es motivo de desaliento. En la segunda vuelta deberá dirimirse quién de los dos alcanzará la presidencia, pero el patente ascenso, respecto de las encuestas previas, del todavía presidente ultraderechista indica que han triunfado, al menos en esta primera vuelta y una vez más, la mentira y la manipulación. El hecho de que un personaje como Sergio Moro, el juez que ejerció una persecución político-judicial contra Lula, haya obtenido un escaño de senador, y de forma holgada, es otro factor que desazona. Recordemos que Moro fue premiado entonces con el cargo de ministro de Justicia. Tuvieron que pasar 580 largos días de prisión para Lula hasta que en 2021 el Supremo Tribunal Federal determinó que el proceso fue parcial y plagado de graves irregularidades. Para mí este es un ejemplo más de la degradación de la política y del sistema judicial. Todo “por amor a la patria” y gracias al lawfare.

Una semana atrás, el lunes 26 de septiembre, la noticia amarga fue otra. Un partido de extrema derecha se alzó con la victoria electoral en Italia. Giorgia Meloni, líder de Hermanos de Italia, tiene serias opciones de llegar al poder tras un recorrido político que inició a los 15 años en el sector juvenil del partido neofascista Movimiento Social Italiano, fundado en 1946 por seguidores de Benito Mussolini. El dictador inspira a su formación, que casi con total seguridad será la que ahora regirá el país. Preocupa, y mucho, porque Meloni se ha declarado abiertamente admiradora de Mussolini y ha enarbolado como bandera el lema: “Dios, patria y familia” que, como recordaba el diario El Español, fue acuñado en 1931 por el Partido Nacional Fascista.

Estas ideologías y quienes las lideran, en su esfuerzo destructivo, se llevan por delante la convivencia, agrediendo a la democracia. Responden a un líder, usualmente un dictador, que ha introducido en sus venas la ponzoña del patriotismo interesado. En un artículo, con el clarificador título de Trump no tomará cianuro, Boaventura de Sousa Santos realizaba una comparación entre la conclusión de la Alemania de Hitler y los Estados Unidos de Trump al término de su mandato: “Al final de la guerra, Hitler se sintió aislado y profundamente desilusionado con los alemanes por no haber sabido estar a la altura del gran destino que les tenía reservado. (…) Por el contrario, Trump tiene una base social de millones de estadounidenses y, entre los más fieles, se encuentran grupos de supremacistas blancos armados y dispuestos a seguir al líder, incluso si la orden es invadir y vandalizar la sede del Congreso. Y, lejos de ser pesimista respecto a ellos, Trump considera a sus seguidores los mejores estadounidenses y grandes patriotas, aquellos que harán«America great again».

Sin duda, como afirma Boaventura, Trump ha sido uno de los mejores expertos en este juego de dominación por el patriotismo, una fórmula que ha recogido toda la ultraderecha europea y latinoamericana como medida para normalizar sus pretensiones; lo hacen “por el bien de la patria” y en ello quieren sustanciar su legitimación.

Ni inocencia, ni casualidad

El filósofo Josep Ramoneda reflexionaba días atrás sobre lo que está sucediendo en Italia, donde parece que no se aprende de la historia pasada. Decía Ramoneda: “La derecha europea se entrega a la extrema derecha italiana. Suma y sigue en la vía hacia el autoritarismo posdemocrático que por interés o por falsa comodidad nadie quiere ver. Manfred Weber, presidente del PP europeo, se reúne con Berlusconi y Tajani para respaldar la alianza de la derecha italiana con los partidos neofascistas de Meloni y Salvini. Es decir, los partidos conservadores representados en el Parlamento Europeo —entre ellos el PP español, por supuesto— dan legitimidad a una coalición electoral liderada por la extrema derecha para reconquistar el poder en Italia”. Tiene razón, pues la ultraderecha está a punto de recoger los frutos que pacientemente han ido sembrando, entre otros, ideólogos próximos a Trump y jaleados por las iglesias más integristas, o por países como Rusia, con Putin de por medio.

Nada es casual y siempre los intereses económicos subyacen en el fondo de las proclamas más fervientes en defensa de “lo nuestro”. No hay inocencia en tan vehemente llamada, muy al contrario, se trata de un objetivo bien trazado, aireado en redes sociales y con una batería de propaganda mediática en la que se ha invertido mucho dinero, no poca publicidad y una estrategia maestra, que apela a las emociones para que nos traguemos cualquier respuesta simple frente a situaciones complejas.

La patria

La Real Academia de la Lengua define patria así: “Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”. Es decir, la patria no es de nadie, sino que es la persona quien se vincula a la nación en base a una serie de afinidades físicas y emocionales que van más allá de lo puramente territorial y provocan la emoción de la pertenencia, de las raíces de ser y de compartir con otros una realidad común. Para facilitar esa unión o comunidad se acude también a distintivos, símbolos o himnos comunes que representan ese sentimiento, pero no lo suplantan en ningún caso, y su valor estriba en que son propiedad de todos.

En marzo de 2021, el periodista Henrique Mariño preguntaba a Emilio Lledó, en una recomendable entrevista, qué neologismos le inquietaban. El filósofo respondió: “Sin ir más lejos, el mal uso de la palabra patria. La usan como una bandera de determinados intereses, cuando es algo siempre abierto a través de la reflexión, de la cultura y de la educación. Frente al patriotismo de trapo, la bandera es algo vivo que debe estar construyéndose continuamente. Esa es la verdadera patria que hacemos y en la que nacemos…”

Los falsos patriotas destruyen el concepto de patria; se apropian de los símbolos y de las instituciones, las denostan si no son los suyos los que están al frente de ellas y, cuando las ocupan, las convierten en su cortijo privado. Son esos “patrioteros” que todavía se identifican con un régimen fascista cuando se reúnen y se animan a base de alcohol contra quienes, según ellos, subvierten su particular idea de la patria. Desde su visión, los progresistas somos los “destructores” de la patria, pues nuestra visión de ella es muy diferente.

La opereta judicial

No me creo a esos patrioteros que excluyen al pueblo y hablan de la Corona como del santo grial, pero omiten las múltiples irregularidades del emérito monarca; no me gustan esos falsos patriotas que no ven la miseria y la pobreza de tantos españoles que deberían contar con iguales derechos, participar en las instituciones y no solo acudir a las urnas cuando se les convoca; tampoco me fío de quienes hacen del poder su único sentido de vida, sea aquel económico, político, financiero o judicial. Y me dan pavor, en suma, los que destruyen a un país con la manipulación y la mentira atribuyéndose unos valores de los que carecen. 

José Saramago lo definió con exactitud y dureza en su libro Levantado del suelo: “… yo no sé qué es eso de servir a la patria, si la patria es mi madre y mi padre, como dicen también, de mis verdaderos padres sé yo, y cada uno sabe de los suyos, que se sacaban el pan de la boca para que no faltara en la nuestra, así que la patria se debe sacar el pan de su propia boca para que no le falte a la mía, y si yo tengo que comer cardos, que los coma la patria conmigo, a no ser que haya unos que son hijos de la patria y otros que son hijos de puta”.

Como siempre, el Premio Nobel apunta en la diana de los intereses espurios denunciándolo con las más contundentes palabras. Esos tipos de pacotilla que deciden quién es patriota y quién no son causantes de mucha guerra y de infinito dolor. Frente a ellos es preciso oponer resistencia y denuncia.

Regreso al principio y me centro en esos políticos para los que la patria es un recurso para un mitin, que sostienen y jalean a aquellos jueces —como Sergio Moro en Brasil— que creen representar a la Justicia y no ven que son actores en una opereta, en la que una serie de individuos con toga se ponen en primera fila de saludo ante los que les auparon.

En España, el espectáculo es cada vez más bochornoso con un Consejo General del Poder Judicial donde los vocales más próximos al Partido Popular se resisten a cumplir con la Constitución, atrincherados en su cargo y sus prebendas. Asquea ya. La visita del comisario de Justicia de la Unión Europea, Didier Reynders, en una especie de papel de hombre bueno entre las partes, ha sacado a la luz nuevas intenciones retorcidas de la derecha. A su término, los medios conservadores exprimían con gusto la aseveración de que Reynders planteaba que sería bueno resolver este asunto antes de la presidencia europea de España a fin de evitar la contradicción de las sanciones. Algún que otro periódico ha llegado a escribir con aplastante seguridad que era condición imprescindible para ello. De donde sacamos un nuevo motivo para que la derecha retrase la obligada renovación, aparte de intentar mantener el control sobre los jueces de interés para sus procesos: intentar que España llegue a la presidencia del Consejo de la Unión Europea el 1 de julio en situación reprochable. Eso, como ven, es una manera extraña de amar a la patria e intentar que nuestro país triunfe fuera de nuestras fronteras.

Por todo ello, y este es el objetivo de mi artículo, es necesaria la movilización y el reproche colectivo contra aquellos que desde el Consejo General del Poder Judicial lo deslegitiman, sin que les preocupe un ápice estar destruyendo nuestra Patria. Y esa movilización debe ser serena pero contundente; un clamor en las calles, como cuando pedíamos libertad y democracia tras el franquismo. Debemos denunciar esta esclerosis del órgano de gobierno de los jueces y por ende del propio servicio público de la justicia. No son patriotas sino, simplemente, patrioteros.