«Hablemos de Vox»

Artículo de Baltasar Garzón publicado en Infolibre

Recuerdo que antes de la pandemia varios periodistas se preguntaban si había que hablar o no de Vox, si había o no que invitar a sus líderes a los programas de radio o televisión y tratarlos como a cualquier otro partido político. Era un debate interesante, pues contraponía el derecho a la información y a la libertad de opinión, de una parte, y de la otra significaba dar tribuna a la mentira y a los discursos de odio que tanto daño generan en la sociedad. En aquella época ya era evidente que Vox era mucho ruido y pocas nueces, sin una visión sólida de país ni propuestas de políticas públicas.

Por aquel entonces, Abascal gustaba de pasear a caballo con la camisa desabotonada y, en cuanto le ofrecían el micrófono, vociferaba en contra de todo y de todos, pero era incapaz de articular una respuesta consistente frente a preguntas sencillas sobre aspectos propios de la gestión de un país. En un evento televisado, frente a las razonables preguntas del público, respondió: «No he reflexionado» sobre ello, es «algo en lo que no he pensado» y otras respuestas semejantes. Tanto fue así que sus competidores más cercanos, el Partido Popular, aprovecharon aquel material audiovisual en una campaña electoral para ridiculizarlo.

Quién diría que Vox llegaría a ser la tercera fuerza política de España y que partidos afines, de carácter abiertamente fascista, conseguirían formar gobierno en Italia, liderados por una mujer cuyo lema de campaña fue Dios, Patria y Familia, y que piensa que Mussolini fue un patriota. Italia debería ser la voz de alarma de toda Europa. Ahora, en el país vecino, Meloni aparece con esa bondad aparente que estos partidos utilizan para apaciguar a la gente hasta que deciden extraer su verdadero ser supremacista y negacionista frente a todos los que no son los suyos. Y Brasil corre el riesgo, si Lula no lo impide, de dejar la puerta abierta a más extremismo e inseguridad.

En un interesante artículo, el historiador Ernesto Galli della Loggia afirma que durante años la izquierda ha abusado de la bandera antifascista acusando “a cualquier rival más a la derecha de ser fascista”, por lo que sucedió lo mismo que en “la fábula de Pedro y el lobo”. Añade que la amenaza fascista se ha visto mayor fuera de Italia que en el propio país.

¿De verdad fue así? Yo no quitaría importancia a las alertas tempranas en contra del fascismo. En mi último libro, Los disfraces del fascismo, sostengo con toda claridad que estos movimientos, que fueron de algún modo normalizados y que amablemente llamamos ultraderecha, son partidos abiertamente fascistas, y que suponen un verdadero peligro que debemos combatir con todas las armas del derecho y de la democracia.

Quitar importancia al fascismo
“Solo desde una posición de privilegio se puede quitar importancia al fascismo que envuelve a Meloni y a su partido, minimizarlo, considerarlo no relevante. Solo quien no ha percibido nunca de cerca el peligro que supone, en la práctica, la normalización de esta ideología criminal, puede subestimarla”, afirmaba Alba Sidera, periodista especializada en análisis político y grupos de extrema derecha.

Especialmente interesante es su conclusión: “Después del primer blanqueamiento de Meloni que le ha permitido ganar, ahora asistiremos al segundo blanqueamiento, el que le permitirá gobernar”. Y añade que Steve Bannon ya dijo de ella en 2018 que admiraba “su capacidad de parecer menos peligrosa de lo que es”. Alba Sidera acaba señalando el peligro que representa que las sociedades occidentales estén “perdiendo el miedo a la ideología que, en el siglo pasado, por consenso social, se definió como el mal absoluto…” En este sentido, un porcentaje amplio de opinadores ya han sido cautivados por su lenguaje amable y manipulado, hasta el punto de considerar a estos grupos, en Francia, Suecia, EEUU, “menos” perturbadores, con lo que el riesgo de expansión es evidente.

Necesitamos líderes de derecha demócratas, y por demócratas quiero decir antifascistas, como lo fue Churchill en su momento, o como lo fue hace no mucho Angela Merkel. En cambio, en España hay un constante coqueteo entre el PP y Vox. Por no hablar del nuevo gobierno italiano, que, pese a la escenificación de diferencias casi anecdóticas sobre Putin y la guerra en Ucrania, con las filtraciones de las palabras de Berlusconi de por medio —que de paso se autoproclama como el último líder occidental de verdad— lo cierto es que han formado gobierno y comienza una época de incertidumbre en el seno de la Unión Europea.

Las barbas del vecino

¿Tenemos que echarnos a temblar viendo cómo han cortado las barbas del vecino? En estas páginas, Alfons Cervera escribía un recomendable artículo: “Poco a poco se han ido legitimando los fascismos. Los neofascismos o postfascismos, como se los llama ahora, como si hubiera mucha diferencia entre los fascismos de ahora y los de antes. Pensábamos que aquí estábamos fuera de peligro. Mirábamos a Vox y no levantaban un gato del rabo. El PP guardaba las esencias del franquismo: nunca fue un partido antifascista. Y no se puede ser demócrata si no se es antifascista. Lo sabíamos. (…) Ahora ha triunfado la extrema derecha en Italia y muchos medios de comunicación españoles la llaman derecha a secas. Así blanquean a Núñez Feijóo y preparan el triunfo del PP en las elecciones del año que viene…”

En Europa la ultraderecha está más fuerte que nunca tras las victorias electorales en Suecia e Italia. Una de cada seis papeletas europeas es para ellos según el estudio realizado por el proyecto PopuList. Y partieron apenas de un mínimo 4% en los años 80.

Considero que sí, que era y es preciso hablar de Vox, pero no para darles tribuna sin más y hacerse eco de sus escándalos, mentiras y agresiones verbales, sino para desenmascararlos. Como señalo en Los disfraces del fascismo, esta ideología se nutre de la ignorancia de sus adeptos, en quienes infunde temor hacia un enemigo común, generalmente un colectivo vulnerable, como judíos, gitanos, inmigrantes o menores extranjeros no acompañados (menas), al que culpa de todos los males de este mundo para luego, a base de un constante bombardeo de bulos y noticias falsas, sembrar el odio, que tarde o temprano acabará en violencia. Será entonces cuando esconderán la mano y mirarán para otro lado, como sucedió en la noche de los cristales rotos (Kristallnacht) en la Alemania Nazi de 1938, o en el ataque con granadas contra un centro de «menas» en el Madrid de 2019.

Y todo ello con la ayuda propagandística de determinados medios de prensa —me resisto a llamarles informativos— y la no menor colaboración de algunos jueces.

Disfrazados con toga

Es preocupante la actitud de esos jueces que no solo han atendido las demandas infundadas de Vox, sino que incluso en alguna ocasión les han dado la razón. Así ocurrió con el recurso ante el Tribunal Constitucional sobre las restricciones durante la pandemia, en el que se decidió que el estado de alarma no era la herramienta para afrontar la difícil situación, por coartar las libertades, y que el instrumento apropiado era el estado de excepción, mucho más restrictivo en la práctica. Una afirmación totalmente fuera de lugar desde mi punto de vista y desde el de muchos otros juristas. 

El fascismo también se disfraza muchas veces con toga y utiliza la maquinaria judicial para sus propios intereses. Es un resabio de la dictadura cuya obsesión fue dejar todo «atado y bien atado», siendo el poder judicial el custodio de aquel estatus quo autoritario, con muchos jueces que sienten nostalgia de esos tiempos, algunos sin haberlos vivido. 

El blanqueo

Hay que alertar del fascismo y desenmascararlo. No olvidemos que ellos ya tienen suficiente visibilidad en redes sociales, precisamente donde están los más jóvenes, muchas veces presa fácil de sus continuos bulos y apelaciones a los sentimientos patrios, vacíos de real contenido pero que seducen a los adolescentes necesitados de aceptación y pertenencia a un grupo que los adula y agasaja con mensajes envolventes.

Tampoco creamos esa imagen de que Vox está en horas bajas. La internacional de la ultraderecha no lo permitirá. Adoptará nuevas formas, como la acción de Macarena Olona en Panamá que tan bien relata la periodista de investigación de infoLibre Alicia Gutiérrez, o se disfrazará de nuevos modos dentro de la formación, cambiando todo para que nada cambie. No caigamos en lo que dice Alfons Cervera, cuando reflexiona en que lo que vamos construyendo son democracias frágiles que blanquean los fascismos, que les abren sus puertas para que puedan destruirlas desde dentro. Expresa algo muy cierto, y es que el malestar social desemboca en los triunfos de la extrema derecha. “Quienes menos tienen la votan. Piensan que quienes no han trabajado en su vida van a salvar la vida de quienes llevan toda la vida trabajando. La vida es una maldita paradoja demasiadas veces”.

Una paradoja que hay que desarmar poniendo las cosas en su sitio. No, Vox no trabaja por la sociedad; no, Vox no defiende las libertades. Tampoco protege los derechos de la mujer, cuando habla de la ideología de género. Trabajan para sí mismos recortando derechos fundamentales, como ya hemos visto en Polonia o en el poderoso Estados Unidos de la mano de su conservador y republicano Tribunal Supremo.

En una suerte de mimetismo o sumisión a Vox, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, anuncia que, de llegar al gobierno, retirará determinadas leyes con las que no está de acuerdo. Eso es lo que nos espera si alcanzan el poder, recortes en derechos y retrocesos en democracia. Estamos a tiempo de evitarlo. A desenmascararlos. Hablemos de Vox.