Artículo de Baltasar Garzón publicado en Infolibre
Muchas veces pienso en cómo serían las cosas si no existieran las redes sociales o, mejor dicho, si la verdad no se deformara, ni se troceara, ni se adulterara en nuestro país, a través de aquellas y de una gran parte de los medios a los que se presume serios. Y ¿qué sería de la derecha y de la ultraderecha españolas sin los bulos? La respuesta es fácil, pero exige una explicación. Son partidos que han abandonado progresivamente el ejercicio de la buena política para dejarse acunar en la corriente fácil y rentable de la falsedad esparcida en aquellas redes donde todo cabe y nada desaparece. A través de ellas se perpetran las difamaciones más abyectas contra el rival y se libran las campañas más sucias para derrotar al enemigo y derribarlo cuando está en el poder. ¿Y la verdad? Poco les importa tan esquivo concepto. La verdad es definida como la coincidencia entre una afirmación y los hechos, o la realidad a la que dicha afirmación se refiere, o la fidelidad a una idea. En el caso del partido de la oposición y su ultra socio, solo la tercera acepción podría encajar en sus objetivos, pero a su manera. Porque, en efecto, tanto el PP como Vox son fieles a la intención de acabar, como sea, con el Gobierno democráticamente salido de las urnas, y es en ese sentido que retuercen las otras acepciones, los hechos y la realidad, para que impere “su verdad” acorde con “sus” pretensiones.
Otro elemento importante de tal estrategia de desinformación es el de inflar el bulo hasta convertirlo en escándalo. Si no llega a tanto, se reitera machaconamente hasta conseguirlo. Miren lo que ha pasado con el plan de ahorro energético. Soltaron al ruedo a la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, a la que el PP utiliza de telonera para que el presidente del partido, Alberto Núñez Feijóo, no tenga que desgastarse. Ávida de bronca, la lideresa rugió que Madrid no se apaga, aunque nadie había planteado tal posibilidad. Ocurre que su director de Comunicación es consciente de los buenos titulares y se los suministra para epatar.
La España descerebrada
Pero no hay más verdad en este caso que la de que todo es mentira: ni las farolas dejan de alumbrar por la noche, ni los monumentos quedan sin iluminación… La medida se refiere sólo a las luces de comercios y edificios públicos vacíos desde las 22.00 horas. Lo cierto es que Madrid no depende de los escaparates para iluminarse, ni en el kilómetro cero ni en sus numerosos barrios y pueblos. Para Díaz Ayuso es como si solo existiera la Puerta del Sol. Lo dijo muy bien el diputado madrileño Jacinto Morano, de Unidas Podemos en el Parlamento Autonómico, enfadado por la tergiversación de la presidenta: “su pataleta de calle comercial de milla de oro me toca las narices”.
Abramos el abanico y verán un caso reciente y especialmente ilustrativo. Un internauta auto apodado Calimero, nombre de un personaje de dibujos animados infantiles, soltó en redes el infundio de que un pueblo del País Vasco, Arralde, gobernado por Bildu, había nombrado hijo predilecto al etarra que asesinó al concejal del PP Miguel Ángel Blanco gracias a la abstención del PSOE. Se pueden imaginar las reacciones a tal afirmación. El propio autor en cuestión explicó después que ni existe Arralde, ni hay homenaje y que todo había sido una “experiencia sociológica” con un resultado sorprendente: “aquí tiras la caña y te das cuenta cómo funciona la información que recibe la España descerebrada”. Se percibe así la calidad humana que se destila en demasiadas ocasiones en las redes y en ciertos medios supuestamente informados.
El jaleo
Lo cierto es que los bulos triunfan porque la base de quienes los arrojan es de pura banalidad. A la derecha ni le interesa ni ha leído ni estudiado el decreto sobre ahorro energético, ¿para qué? Diga lo que diga, estarán en contra y harán escándalo de ello. Esto me recuerda una particular escena, que hace años tuvo lugar en la playa de Sabinillas, en la malagueña localidad de Manilva, donde una joven gritaba en una zona próxima, instando a su acompañante a acudir corriendo: “¡Vamos, madre! ¡Que hay jaleo!” Efectivamente, de tanto en tanto, aquí y allá, se suele producir algún jaleo, pero cuando no existe, algunos no dudan en provocarlo para que la gente lo engorde. Conociendo a nuestra derecha y compañía, no vamos a esperar sesudos debates sobre los hechos, ni siquiera un comentario meditado en la página de opinión de algún periódico afín. No. La inmediatez de las redes sociales es el mejor camino para provocar el barullo y marcar al adversario, a ser posible de muerte. O, al menos, dejarlo listo para el arrastre.
«Algunos nativos digitales encuentran en el ámbito virtual y en las redes sociales el nuevo campo de batalla, utilizando sin escrúpulos el arma de las noticias falsas para esparcir veneno y destruir a sus adversarios». La frase pertenece al papa Francisco, preocupado por el uso de la tecnología 2.0. No es para menos, el pontífice es consciente de la saturación que existe por tanto bulo, por tanta falsedad, de la indiferencia con que afrontamos los nuevos dimes y diretes y la manera en que nos desnudan de la capacidad de cuestionar. El primer filtro debería ser la inteligencia humana, que no tendría que prestar atención a tanta patraña. Un segundo tamiz le correspondería al “Periodismo”, que muchas veces tampoco funciona de manera deliberada e interesada. He ahí el problema más serio. Así, sin contención alguna, el bulo se amplifica y de paso se falta a la sagrada función de la prensa, de contrastar la información y publicar con veracidad los hechos. Refiero una síntesis brillante de Noam Chomsky sobre Donald Trump que los lectores ya me han visto reproducir en alguna otra ocasión en estas páginas: “No paras de decir mentiras y lo que ocurre es que el concepto de verdad desaparece”.
Mentiras y filtraciones
Algunos políticos, así denominados indebidamente, sueltan mentiras ante la cámara con todo desparpajo, tanto más vociferantes cuanto más valioso es el triunfo que desean obtener. Es algo que vemos también en el ámbito de los jueces. Lo expuse ya hace unos años en un artículo: Las hipótesis de trabajo y los juicios de valor de quienes investigan alcanzan categoría definitiva sin calibrar su consistencia. Se echa mano de las filtraciones interesadas o se las provoca, y así, a base de la bendita repetición, consolidan teorías sin comprobar, en función del interés de cada uno y de lo que en cada ocasión sea preferible. La suciedad empaña un proceso que debería proteger el interés de la víctima y velar por la independencia y el buen hacer judicial. También cooperan las redes sociales, herramienta imprescindible para maleantes y embusteros, gratuita, rápida, de alcance universal y eternidad garantizada. La profusión del “me gusta” se comparte tanto más cuanto más se cliquea el mensaje adulterado. Coadyuvan a la instrucción penal así corrompida para “asesinar” la presunción de inocencia erigiéndose en un cibertribunal más poderoso que el jurado mejor preparado.
El filósofo coreano-alemán Byung Chul Han considera que “en la comunicación analógica tenemos, por lo general, un destinatario concreto, un interlocutor personal. La comunicación digital, por el contrario, propicia una comunicación expansiva y despersonalizada, que no precisa interlocutor personal, mirada ni voz». Esto lo ejemplifica en los mensajes remitidos por Twitter: «No van dirigidos a una persona concreta. No se refieren a nadie en concreto. Los medios sociales no fomentan forzosamente la cultura de la discusión. A menudo los manejan las pasiones. Los shitstorms o los ‘linchamientos digitales’ constituyen una avalancha descontrolada de pasiones que no configura ninguna esfera pública». En La sociedad del cansancio el filósofo expone algo que hace reflexionar: “La digitalización desmaterializa y ‘descorporiza’ el mundo. También suprime los recuerdos […] Ya no habitamos la tierra y el cielo, sino Google Earth y la nube”.
Mundo paralelo
Desgraciadamente esa nube que a todos acoge se nutre por igual de verdades, medias verdades y mentiras. Ahí es donde la tecnología nos oprime, amenaza y nos lleva al extremo al distorsionar y rechazar la realidad. El filósofo Michael Sandel pone el dedo en la llaga al analizar la causa: “en las redes sociales solo nos relacionamos con quien piensa como nosotros. En realidad, nos han separado en grandes capillas digitales sin opiniones transversales. Y así nos hemos radicalizado”. Y, de alguna manera, nos hemos embrutecido al rechazar cualquier alternativa que sea diferente de la que queremos leer o ver en nuestras redes sociales. Nos hemos hecho colegas de lo simple y hermanos en la idiotez digital.
En este mundo paralelo de ficción perversa, que es el real para demasiadas personas, ¿qué se ha hecho del honor y la propia reputación? Ahogados por la tenaza del ciberespacio, la prensa digital, la impresa y las opiniones sesgadas de tertulias y opinadores, hay personas a abatir que se ven de pronto encerradas en una celda edificada con invenciones en la que muchos les señalan, o los cosifican, unos por su propio beneficio y otros dejándose llevar. Con total impunidad, sin que en ningún momento se demuestre la acusación que empieza siendo un calificativo y que puede pasar, sin solución de continuidad, del “controvertido” al “sesgado” o al “sectario” pongo por caso, en unos pocos comentarios, mientras el “corrupto” aletea como una sombra, dejando a la persona afectada con la honra, la profesionalidad o la vida personal manchada para siempre. Ya se sabe que el río suena porque agua lleva. Lo que no se dice es que suele haber un grupo interesado en soltar petardos en la corriente para que estallen con estruendo cuando sea necesario.
Con preocupación, añade el papa Francisco: «Hoy en día muchas historias sazonan nuestras jornadas, especialmente en las redes sociales, a menudo construidas artísticamente con mucha producción, con videocámaras y escenarios diferentes. Se buscan cada vez más los focos del primer plano, sabiamente orientados, para poder mostrar a los amigos y seguidores una imagen de sí que a veces no refleja la propia verdad». No nos engañemos, el bulo triunfa porque hay una parte destructiva del ser humano hacia el ser humano que quiere creer que el otro no es bueno, que es codicioso, que, si lo hace bien en su trabajo o tiene valentía para decir las cosas, es porque busca su propio provecho. Es una manera de justificar lo que uno mismo quisiera conseguir y no lleva a cabo y es una forma de no tener que pensar demasiado en ello.
En La Bella Durmiente, las buenas hadas duermen a todo el reino hasta que la princesa Aurora despierte del maleficio. Pero, al final, el príncipe tiene que vencer a la bruja malvada para que todo vuelva a su ser. Cerrar los ojos no contiene el mal. Dejarse llevar solo conduce a la impunidad. Y confiar en el príncipe, aparte de machista, es absurdo, porque del bulo nadie nos salva. El bulo daña a personas, lesiona la convivencia social y amenaza incluso a la propia democracia. Por eso, hay que frenar a aquellos que pretenden imponer sus espurios intereses mediante la calumnia y la tergiversación. Debemos volver a denunciar, debatir, razonar, argumentar y no permitir los comentarios insustanciales y ataques con falsedades, ni en la calle ni en el cibermundo. Combatir el bulo es ya una cuestión urgente y de supervivencia, si no queremos que la verdad traicionada acabe siendo una verdad muerta.