Artículo de opinión publicado en infoLibre.es______
Quienes gobiernan deben hacer progresar el país, consolidar la nación y construir la patria, pero una patria con todos. Su misión, la misión de la política es una forma muy alta de la caridad y del amor.
Palabras del papa Francisco a Pedro Sánchez, en 2020, en su primera visita al Vaticano, citadas en el libro Síndrome 1933 de Siegmund Ginzberg. Gatopardo ensayo. 2024.
El 22 de julio de 1977, concluida apenas dos años antes la dictadura que, como una losa, nos había aplastado cultural, social y políticamente durante casi cuarenta años, comenzó de manera oficial la primera legislatura constituyente tras el régimen, con la reunión en solemne sesión conjunta del Congreso de los Diputados y del Senado en presencia de los reyes de España Juan Carlos I y Sofía.
Era un monarca joven, criado y modelado a los pechos de Franco y ajeno a todo lo que le depararían los años por venir y del final vergonzoso de su reinado, perseguido por la justicia y exiliado en uno de los emiratos de oriente.
En aquel momento histórico, apeló a la responsabilidad de los representantes electos del pueblo español para dar vida a la democracia como forma de convivencia y a la necesidad de que aportaran su conocimiento y su esfuerzo para consensuar una Constitución, el principal tema pendiente, que vería la luz un 6 de diciembre de 1978. Los parlamentarios recogieron bien la alocución regia, según cuentan las crónicas, aunque creo que, como se hacía en la escuela, algunos cruzaron los dedos a la espalda para falsear su compromiso real con la nueva y deseada etapa que se abría para toda la ciudadanía española. Aquellos fueron tiempos de lucha y convicciones. En mi caso, concluyendo los estudios de Derecho en la universidad de Sevilla y preparando las oposiciones para ingresar en la carrera judicial.
Leo en el blog del Congreso de la época: “Dolores Ibárruri, diputada por el PCE, aplaudió porque le gustaron muchas de las cosas que decía. Al senador real Camilo José Cela le pareció muy bueno. Manuel Fraga, líder de Alianza Popular, mantuvo el criterio británico de que sobre el discurso de la Corona no se debe opinar. Los socialistas Felipe González y Alfonso Guerra lo tildaron de discreto y para el dirigente comunista Santiago Carrillo, el Rey expuso unas ideas generales con las que creo que está de acuerdo la mayoría de la Cámara.”
Como ven, personajes muy dispares –algunos de ellos demonizados por quienes habían protagonizado el franquismo–, en lo esencial estaban de acuerdo. La tensión se mantenía en cotas elevadas pues la ultraderecha y determinados sectores policiales y de la Guardia Civil que reclamaban la herencia ideológica del régimen del dictador no se resignaban a los cambios y optaron por continuar la violencia contra los demócratas, como habían hecho durante la dictadura.
Los ciudadanos y ciudadanas normales, mientras tanto, sufríamos el terrorismo y esa resistencia criminal ultra con los asesinatos de jóvenes militantes de izquierda, de sindicalistas, de abogados… Pero, aun así, en aquellos años de plomo, el hemiciclo mantenía una imagen ordenada, pese a las corrientes políticas internas furiosas y electrizantes, fruto de ideologías enfrentadas. Y también, pese a las habituales ambiciones de la oposición por alcanzar el poder, se guardaban las formas y, en la medida de las posibilidades de cada cual, el lenguaje y los modales eran correctos, incluso en los medios de comunicación. ¡Ah, los medios de comunicación! ¡El gran tema pendiente más ahora que antes!
Imagen infame
De eso hace ya 48 años. Casi medio siglo. En este tiempo de democracia, el panorama ha ido deteriorándose paulatinamente en las Cortes (Congreso y Senado). Lejos quedan aquellos tiempos en los que el socialista Alfonso Guerra llamaba al presidente Adolfo Suárez “Tahúr del Missisipi”, expresión cándida para las que ahora se destilan en la Carrera de San Jerónimo. Recuerdo que el presidente Adolfo Suárez –me decía años después que su mujer, Amparo– nunca disculpó a Guerra esa actitud ni los ataques de los que fue objeto su marido, pero que él asumió esas descalificaciones porque nunca llegaron al insulto personal. Hoy día, este límite ha desaparecido y la norma es el improperio, la canallada y la destrucción personal del contrario (técnicas que dominan perfectamente la extrema derecha de Abascal y la derecha de Feijóo) acompañadas por determinados panfletos, pseudomedios, montaraces voceros del insulto y redes sociales que difunden los más bajos sentimientos que el ser humano desarrolla y azuzan para que el discurso se degrade más aún en el reino del todo vale y del cuanto peor mejor.
¿Creen ustedes que con una oposición tan corrosiva como la de ahora, vomitando insultos de continuo, negándose a escuchar, pateando e interrumpiendo sistemáticamente al orador –del otro partido– se hubiera podido redactar la Carta Magna? Ya les digo que no. Como también resulta difícilmente comprensible que, en un momento en que la economía y los avances sociales están beneficiando a los españoles, la derecha y sus socios de la extrema derecha se dediquen un día sí y otro también a frenar esos logros y busquen retrotraernos a escenarios superados, tan solo para alcanzar la Moncloa.
El asunto es sencillo. Se trata de llegar al poder y detentarlo, pero no para favorecer o auspiciar medidas que favorezcan y consoliden derechos para la ciudadanía, como sería lo lógico, sino para quebrantar las dinámicas de igualdad y de mejora de la calidad de vida entre los ciudadanos y quienes viven o residen en nuestro país, tras haber sufrido lo indecible para llegar al mismo y haber contribuido de forma decisiva a ese éxito innegable.
Desde el primer momento, tras la moción de censura de mayo de 2018 ganada por Pedro Sánchez, el fracaso reiterado por no poder gobernar ha llevado al PP (siempre con Vox apuntalando) a acusar al Gobierno de ilegitimidad. En eso se han anclado, sin aportar en los últimos siete años ni una sola medida que contribuya a fortalecer el Estado del bienestar, más allá de pedir que Sánchez se vaya, cueste lo que cueste.
Este planteamiento de llegar al poder a toda costa desvela una verdadera ausencia de sensibilidad democrática y un claro interés económico mercantilista en favor de determinadas élites corporativas. Élites que se encuentran en línea con el modelo instaurado por el autócrata estadounidense en su guerra arancelaria y con el apoyo a las autoridades israelíes en la limpieza étnica genocida en Gaza y Cisjordania, por los mismos intereses de capital. Aquí hay que incluir las sanciones como instrumento de coacción a quienes osan enfrentarse a sus amigos, como las anunciadas contra Brasil por los juicios contra Bolsonaro, o contra Francesca Albanesse, relatora especial de la ONU, por denunciar los crímenes de guerra y genocidio que se están cometiendo en aquella región de Oriente Próximo por fuerzas militares, y políticas israelíes con el apoyo económico, logístico y armamentístico de otros países y corporaciones que se benefician de la situación dramática que vive el pueblo palestino.
La voz de su amo
No se engañen. Cuando el líder de Vox afirma que devolverá a sus países a ocho millones de personas afincadas en España con nacionalidad española, nacidas en España o trabajando en España desde hace muchos años, no lo hace para competir con el Partido Popular. Está contentando a sus jefes del otro lado del océano, los que financian a la ultraderecha en Europa y en Latinoamérica con el objetivo de ir copando países. Y cuando el señor Núñez Feijóo suelta tal cantidad de barbaridades que darían ganas de lavarle la boca con jabón, también intenta demostrar a quienes de verdad pueden impulsarlo o defenestrarlo, que es digno de su confianza. Más que el partido rival.
Así, desarrollan unas campañas mediáticas diseñadas por algunos, impulsadas por “el que pueda hacer que haga” aznariano, que sintonizan con las demandas impulsadas por colectivos que parecen salidos de los fondos del averno; aceptadas por algunos jueces silentes o benevolentes, especialmente activos cuando se trata de actuar contra el Gobierno o alguna de las instituciones, como la Fiscalía General del Estado.
El método es siempre el mismo y propio de quienes pretenden enlodar la vida pública: se crean casos artificialmente –con recortes de prensa, por ejemplo– para luego echarlos en cara al objetivo: “el marido es usted; el hermano, es usted», acusaba Feijóo a Sánchez obviando que la denuncia contra Begoña Gómez o contra David Sánchez ha sido organizada por sus fuerzas afines y que aún no hay nada juzgado ni sentenciado. Eso no importa. Se lanza a rodar el bulo hasta que está tan liado que ya nadie sabe de dónde viene. Si hay que echar mano de las cloacas, ahí tenemos “informes”, de quita y pon, que, oportuna y convenientemente, son desempolvados y de los que se utilizarán los párrafos seleccionados para el fin pretendido en ese momento.
Asqueroso espectáculo
El lamentable y antidemocrático espectáculo del PP en la comparecencia del presidente del Gobierno de España el día 9 de julio pasado, me hace dudar incluso de si, por ejemplo, lo que la formación de Feijóo esperaba que se conociera ese día, supuestamente referido al asunto Ábalos, Koldo y Cerdán, no llegó a tiempo o no tenía chicha. ¡Quizás se había agotado la fuente informativa privilegiada! Quizás fue por eso que Feijóo lanzó su andanada, desencajado, enseñando la fea cara de la ira para acusar de vivir de la prostitución a su odiado rival.
Dicen algunos que esta reacción vino motivada por los ataques que reiteradamente se le hacen sobre su amistad con una persona condenada por tráfico de drogas en Galicia. Al respecto, debo decir que fui yo quien ordenó el 12 de junio de 1990 la detención de esa persona y también el juez que, después de tres días, lo puso en libertad. En la causa instruida y conocida como Nécora, no fue procesado ni por ende juzgado. Lo que ocurriera después es harina de otro costal. Ergo, si las fotos eran de esa época, al menos en ese tiempo, el calificativo de narcotraficante es incorrecto. “Al César lo que es del César”.
En todo caso, no creo que las referencias contra el presidente, sumamente elaboradas y después reiteradas en forma coral por los dirigentes populares y por el mismo Feijóo, respondieran a ese impulso sino, más bien, a una estrategia tan perfectamente elaborada como errónea y propia de barra de bar. Y ese es el problema.
Se está utilizando a las cámaras legislativas como escenario de confrontación soez, descalificación barriobajera, acuchillamiento mediático, difamación y ofensas personales de civiles, que exceden cualquier discurso duro políticamente, pero coherente en argumentos, que son los que dan sentido a la inmunidad parlamentaria. Una inmunidad que, desde luego, nunca estuvo pensada para servir de cobertura a la degradación política que la derecha y extrema derecha abanderan ahora.
El Parlamento de 1977 arrancó su andadura esforzándose por mantener un ambiente de cierta concordia, pese a las dificultades –inmensamente mayores entonces que ahora–. Sin embargo, este Congreso de 2025 resulta un ejemplo paradigmático de lo que no debe ser la política. Remarca, eso sí, la orfandad en España de un centro-derecha tan anhelado como inexistente, suplido por una formación que, cuando afirma ser moderada, resalta –aún más– su escoramiento hacia la derecha más radical, cuidando que no se le acerque en las encuestas, pero a la vez surfeando para tenerla contenta cuando pueda necesitarla.
Cuando el líder de VOX afirma que devolverá a sus países a ocho millones de personas, está contentando a los que financian a la ultraderecha
El germen de la violencia
En su carrera hacia la nada, el PP y Vox dan paso al germen de la mentira, de la violencia, del racismo, la homofobia y la intolerancia, sin intención alguna de ponerles coto. Lo que ha ocurrido en la localidad murciana de Torre Pacheco de dar caza al inmigrante es un buen ejemplo. La náusea se ha instalado en el hemiciclo, ensucia a sus señorías y avanza hacia nosotros, que, espantados, nos vemos envueltos por una aversión terrible hacia la política y sus representantes.
Este panorama es inaguantable, degradado y obsceno, y no puede sostenerse. Mientras tanto, los problemas reales, tanto a nivel nacional como internacional, pasan a un segundo plano. El fango y la mentira se han adueñado de nuestras vidas hasta el punto de que, entre informe e informe de la UCO y dossier y dossier de mierda, asimilamos la mentira como verdad incontestable y la apariencia como realidad absoluta. No nos damos cuenta de que, como ocurriera en épocas pasadas pero no tan remotas, estamos reduciendo el espacio del verdadero Estado de derecho y quienes tendrían que defenderlo, están de huelga o lo instrumentan en beneficio de concretas opciones políticas.
En 1933, cuando Hitler comenzó su andadura para apoderarse del poder absoluto, se le minusvaloró, se le denostó, se le ninguneó y también políticos de signo contrario como Léon Blum lo identificaron como “el símbolo del cambio, de la renovación, de la evolución”… Después, la indiferencia se instaló en las mentes alemanas acomodadas, hasta someterlas y llevarlas a la debacle racista total del nazismo, cuyos efectos aún se sienten y que muchos pretenden resucitar frente a la indolencia de unos y la colaboración de otros.
Avisados estamos. Si seguimos en esta dinámica de degradación en el Parlamento, sede de la soberanía popular, el próximo escenario podría ser la confrontación violenta en las calles, algo que ya estamos viendo. En ese resultado final tendrán grave responsabilidad quienes iniciaron esta deriva, y la náusea se convertirá en el centro de nuestra existencia.