JUICIO A SÓCRATES. IMPRESIONES DE UN JURADO

Artículo de Baltasar Garzón publicado en el libro «101 RELATOS JUDICIALES», de la editorial Vinatea.

Confieso que me produjo gran satisfacción que el azar, o la voluntad de los dioses expresada mediante los jueces arcontes, me designara jurado junto a otros 500 elegidos para este juicio a Sócrates. Mi complacencia se relacionaba con el interés por las opiniones, el temperamento de este hombre y la oportunidad de poder asistir a sus palabras de descargo. Redacto estas líneas que pretenden ser la síntesis de como estoy viviendo tal proceso que ya concluye, con destino al lector curioso para el que previamente quiero establecer mis convicciones: creo que ser jurado en Atenas representa el grado máximo de la justicia, pues supone protegerla e impartirla en nombre de la verdad, a fin de que no caiga en la indignidad a la que algunos hombres la abocan por su propia y miserable condición. Y reivindico aquí que, mal que les pese a una mayoría de los que me rodean, cargados de prejuicios e intereses, no me he dejado arrastrar por su perversidad.

Este proceso que estamos celebrando es de tal intensidad, que ha conseguido que los transeúntes que pasan por las proximidades exclamen, cuando escuchan el alboroto que los jueces provocamos: “Zeus soberano, cómo truena el tribunal”.  Así ha sido y eso indica la división acentuada que los argumentos de la acusación y la propia defensa del acusado han provocado en nuestro ánimo. Más aun, cuando Meleto o Ánito han desgranado interminablemente sus agravios, era patente la lentitud con que avanzaba el tiempo en la clepsidra, un tiempo que se ha desbocado en la intervención de Sócrates, tal era el interés y la fuerza de sus argumentos que causaban admiración por la inteligencia y el ingenio desplegado.

El alboroto es fruto de la disensión y de los esfuerzos previos de los sicofantes, jurados interesados no tanto en el exiguo sueldo que percibimos tras haber superado el sorteo que nos confiere este cargo, sino ávidos de recibir parte de la multa que se pudiera imponer como recompensa por nuestros esfuerzos por la justicia en su caso, en verdad, como fruto de su delación. Por ello, deberían ser expulsados para preservar la imparcialidad de quienes debemos estar alejados de la denuncia y decidir, sin contaminación, tras valorar las pruebas. Ser jurado en este proceso supone suficiente recompensa – así lo he expresado al inicio- por la oportunidad de escuchar la reflexión de una personalidad fuera de lo común y tener en tus manos la sorprendente decisión sobre el destino de un espíritu libre como es el del procesado. Pero somos 501 los heliastas, los jueces aquí presentes, y los ánimos están divididos a la hora de afrontar la sentencia.

Sócrates subrayó también el papel de los calumniadores en su alegato: “Considerad, atenienses, que yo tengo que habérmelas con dos suertes de acusadores, los que me están acusando hace mucho tiempo, y los que ahora me citan ante el tribunal; y creedme, os lo suplico, es preciso que yo responda por lo pronto a los primeros, porque son los primeros a quienes habéis oído y han producido en vosotros más profunda impresión…” Comparto esa percepción del acusado, pues nunca me han gustado estos soplones profesionales. Él lo señalaba así: “Qué decían mis primeros acusadores? ‘Sócrates es un impío; por una curiosidad criminal quiere penetrar lo que pasa en los cielos y en la tierra, convierte en buena una mala causa, y enseña a los demás sus doctrinas’”.

Tiene razón. Todos sabemos cómo unas palabras genéricas crecen al modo de una tormenta y se implantan en el ánimo de la ciudadanía. Y somos conscientes también de que se puede aprovechar cualquier calumnia alimentada durante años para una acusación obtusa y poco sustanciada. En ese ambiente inicial, el poeta Meleto, Ánito el político y el orador Licón, presentaron cargos contra Sócrates quizás porque ha venido criticando tiempo atrás a estos colectivos: a políticos, poetas y oradores. Meleto, el de menor edad, el más proclive por tanto a las influencias externas, ha concretado las acusaciones en impiedad y corrupción de la juventud. Sin embargo, no veo esa falta de fe en los dioses y más creo que a los tres les inquietaba que los jóvenes se sintieran atraídos por su saber y lo siguieran como discípulos. Tampoco puede ser ajeno al malestar que ha provocado entre algunos sectores el hecho de que resalte que sus enseñanzas no son de pago, como por el contrario sí lo son las de los sofistas. Con ello los pone en evidencia. El acusado negaba por último haberse involucrado en temas divinos. No debió ser del agrado de muchos su conocida afirmación de que un “genio” impulsa sus pasos.

Ha retado a Meleto a presentar a un solo joven que se hubiera pervertido con sus lecciones concretando más: “un joven que siendo religioso se haya hecho un impío, que de moderado se haya tornado violento, de reservado en pródigo, de sobrio en amante de la crápula, de trabajador en perezoso, uno sólo que se haya entregado a pasiones vergonzosas…”

Negó haberse involucrado en temas divinos. Cuando hablaba de su voz interior, de su mencionado “genio”, que le enseña su modo de obrar, causó de nuevo el revuelo entre nosotros – algunos  en buena parte por propio beneficio – unos por incredulidad, otros por envidia de que los dioses distinguieran a este hombre por encima de ellos mismos. Y esa algarabía que menciono, pasó a clamor al explicar el filósofo que el oráculo de Delfos se había pronunciado en los términos de que no existe un hombre más independiente, más justo ni más sabio que Sócrates.  A tal griterío ha contestado con una clara reflexión, rogando que examinemos las palabras del oráculo una por una como hombre ajeno a la lujuria, independiente, incapaz de admitir recompensas o dádivas; justo en cuanto a que se acomoda a lo que tiene sin necesitar nada de otros y empeñado en investigar y aprender. Como juez en este asunto afirmo que mis informaciones y las pruebas practicadas, apuntan a que todo lo anterior es verídico.

Durante las primeras horas del juicio, tuvimos ocasión de escuchar a cada uno de los tres acusadores pronunciar sus alocuciones urdidas y preparadas de antemano. Considero que Meleto se ha convertido en portavoz conjunto de los otros y que sus objetivos iban sobre todo dirigidos a denunciar impiedad pues en sus frases se trasluce algún fanatismo religioso y algo hay en su actitud que me hace pensar en un resentimiento personal. Quizás sea por algún comentario despectivo hacia los poetas de los que prodiga el denunciado, como es sabido. Debo decir que, en cuanto a la acusación de corrupción de los jóvenes, he disfrutado con la defensa de Sócrates que ha logrado dejar en mala posición a Meleto. “Si hiciera algo así, seguramente lo haría en la ignorancia pues ningún hombre haría el mal en forma intencional” En cuanto a ese empeño en que creía en espíritus extraños y no en los dioses del Estado, resultó una obra maestra la manera en que ha conseguido que Meleto diga que los espíritus descienden de los dioses y dado que nadie cree en flautas que toquen sin un flautista… ¿Cómo iba él a creer en la descendencia de los dioses sin creer en los dioses?

Pienso que el acusado ha dejado clara su convicción en la importancia de no ser irreverente ni de cometer injusticia contra los hombres. Nadie puede atestiguar haberle visto dejar de lado el culto a Júpiter y Juno o al resto de deidades. Ni se le conoce jamás en discurso alguno invocar a nuevas divinidades. Pero a la vez, ha ofrecido argumentos suficientes para que los jóvenes formen su propio juicio y sean independientes y honestos para, de esta forma, servir mejor a Atenas.

De otra parte, es un hombre paciente y frugal y eso es notorio, y por ello no le creo inductor de corrupción en personas de edad alguna. Mas bien recuerdo haber oído que Ánito sentía cierto enfado porque Sócrates le había llamado la atención al destinar su hijo a un oficio por debajo de sus posibilidades intelectuales. Esas cosas son de difícil perdón para un padre engreído. De Licón, iniciador de este juicio, es conocido que pertenece al ámbito de influencia de Ánito y que le respalda en todo. El propio encausado lo ha manifestado en su defensa: “Estad persuadidos, atenienses, de lo que os dije en un principio; de que me he atraído muchos odios, que esta es la verdad, y que lo que me perderá, si sucumbo, no será ni Meleto ni Ánito, será este odio, esta envidia del pueblo que hace víctimas a tantos hombres de bien, y que harán perecer en lo sucesivo a muchos más; porque no hay que esperar que se satisfagan con el sacrificio sólo de mi persona…” La envidia y la mediocridad prenden en los espíritus más débiles y cuando se enfrenta a la grandeza de un hombre como Sócrates se vuelve contra él mismo hasta aniquilarlo; por ello, nosotros, como jueces, debemos discernir esos odios y necedades y extraer la verdad que anula las infundadas imputaciones contra aquel.

No veo mal ni delito alguno en Sócrates. Creo que es un personaje de una inteligencia que excede la del común y con una forma de expresarse que, para algunos, puede indicar arrogancia pero que, en mi opinión, no es sino esa seguridad del que cree firmemente en lo que manifiesta y sabe analizar y, por ende, conocer al ser humano.

Temo que una condena cuestionaría la libre expresión del pensamiento y de la enseñanza tan propias de nosotros, los atenienses. Y auguro que de arrojarle a la pena máxima como pretende Meleto, quien no en vano le acusa de irreligiosidad sabiendo que es la peor falta, el oprobio caería sobre todos en generaciones venideras. No dudo que muchos atenienses de bien se levantarían indignados y llegarían incluso a la venganza. Más bien opino que Sócrates es admirable por haber mantenido sus principios incluso en tan difícil situación.

La votación está reñida y la difamación ha hecho bien su trabajo de inicio, pero estoy seguro de que será absuelto, porque creo en la justicia de la democracia que aquí representamos. Por ello espero que el ánfora de cobre rebose de votos de inocencia y que una mayoría deseche en la de madera las fichas de punición. De no ser así, moriría sin culpa, aunque, habiendo escuchado sus criterios, él diría irónicamente que tal hecho es preferible al de morir culpable. Espero que los dioses guíen la mano de mis compañeros y que ese genio suyo acompañe al acusado una vez más. Por mi parte, no voy a cargar en nombre de la justicia con la muerte de Sócrates.