Déjà vu

Artículo de opinión publicado en infoLibre.es_____

En España no solo funcionan mal los que mandan, sino también los que obedecen
Fernando Fernán Gómez

A veces, la vida trae recuerdos tan vívidos al momento presente, que piensas estar inmerso en un pasado conocido, al punto de que crees revivir experiencias incluso con detalles pasmosos por su similitud. A eso le llaman déjà vu. Dice la ciencia que cuando a una persona le ocurren estos fenómenos de percepción es porque sufre un alto nivel de estrés que hace que se le representen diversas situaciones simultaneas que quedan archivadas, y suelen reproducirse en momentos de previgilia a modo de advertencia. Debo reconocer que en alguna ocasión me he encontrado con esa “realidad” y me ha ayudado a cambiar mi posición sobre el tema referido.

Siendo esto así, no hay duda de que los españoles estamos sufriendo un estrés a un grado máximo porque, a la vista de lo que nos ofrece la política patria en este momento, repetimos la jugada una y otra vez de manera cíclica, con algunos personajes (políticos) diferentes; otros (empresas) en muchos casos viejos conocidos y, siempre –ahí está la coincidencia más certera–, con una metodología que se reproduce sin cambiar un ápice, una y otra vez.

El lamentable caso Cerdán, Ábalos, Koldo que tanta vergüenza, tristeza e indignación está causando entre los progresistas de buena fe –donde me sitúo– se suma a los pretéritos y no menos escandalosos asuntos Filesa, Gürtel, Púnica… y muchas más piezas cuya enumeración haría más largo de lo aconsejable este artículo. Una buena panoplia de todos ellos los recogí en el libro que publiqué con la editorial Debate en 2015, El Fango (Cuarenta años de corrupción en España), cuya lectura recomiendo (perdón por la autopublicidad) aunque creo que debe estar descatalogado, como el propio fenómeno al que se concretaba, visto lo visto. En el mismo hacía un recorrido de los casos más emblemáticos de corrupción en España desde la dictadura hasta ese momento. Está claro que debería ampliar el catálogo y hacer una segunda parte. Lo triste es que los mecanismos, en efecto, no han cambiado tanto.
El sentimiento de desolación y quiebra de nuestros valores en general es insondable. No hay más que ver cómo en estos días andamos como zombis rehuyendo hablar de esto y casi ocultando el rostro por si nos miran.

Aprovecharse de lo público

Decía en aquellas páginas algo que mantengo aún: “No se discute si hay o no corrupción, sino cómo se aprovecha uno mejor de lo público o de lo privado; nadie se asombra de que haya políticos o cargos públicos que entren en la función pública con muy pocos recursos y, al abandonar el puesto, dispongan de una amplia fortuna…; la clave era, y sigue siendo, contar con importantes dirigentes políticos, expresidentes, ex primeros ministros, excancilleres, etc., en puestos de representación institucionales para hacer lobby a cambio de comisiones escandalosas; jueces complacientes… empresarios para quienes el pago de la mordida es algo tan natural como solicitar financiación para inversiones…”.

“Lo llamativo es que estos mismos personajes defienden indefectiblemente la necesidad de combatir la corrupción, con la misma tranquilidad que se delinque o extorsiona, se aceptan pagos en B o en paraísos fiscales, se venden armas a países con embargos que lo impiden… falsas amnistías fiscales, blanqueo de capitales… o financiación oculta y corrupta de partidos políticos”. En esta deriva, todos tenemos alguna responsabilidad, “… unos por no exigir y otros por no cumplir. Obviamente, el tipo de sanción será diferente pero, de una vez por todas, la impunidad, que está en la raíz del problema, no puede ser la norma”.
Es sabido que, en todos los casos, hasta la fecha se actúa en dos planos paralelos. En lo político se precisa un conseguidor, un individuo con mano en el partido y un político con mando en plaza, es decir, en una plaza en que se manejen licitaciones de infraestructuras del tipo que sea. Por la otra parte, en la empresa, el conseguidor es también esencial y, para que el negocio prospere, debe tener amplia encomienda de negociación por parte de sus superiores quienes, cuando sea necesario, acompañarán a su hombre en alguna reunión (posiblemente una comida) en la que no faltará de nada y se hablará de todo (a veces sí) sin entrar en detalles en lo importante que ya estará acordado.

Recuerdo una ocasión hace bastantes años en que fui a un restaurante de postín con un buen amigo. Vimos a un conocido personaje de un determinado partido sentado a la mesa con otras personas. Mi amigo, avezado conocedor de la naturaleza humana, comentó: “Mmm, qué bien huele a contratista”, y yo le rematé: “el olor de político irradia todo el restaurante”. Nos fuimos, a pesar de tener mesa reservada, no sin antes archivar en la retina el grupo de comensales y la copiosa y aromática mariscada dispuesta sobre el mantel. No creo que eso haya cambiado tanto, pues supongo que la langosta debe seguir siendo compañera simbólica de la ambición (quizás por sus dimensiones). Junto a otro clásico: la repugnante utilización de las mujeres como cebo, premio o entretenimiento para estos infames sátiros de la política y de los negocios.

Hartazgo

Las cosas se repiten, sí, y producen hartazgo para la ciudadanía, y en el área progresista, en la que regularmente nos consideramos de mejor moral (como se ve, injustificadamente a veces), el sentimiento de desolación y quiebra de nuestros valores en general es insondable. No hay más que ver cómo en estos días andamos como zombis rehuyendo hablar de esto y casi ocultando el rostro por si nos miran y nos reprochan algo que, probablemente, ellos harían peor, pero esto entraría en la lógica de quienes premian la corrupción en las elecciones (a la historia me remito).

A partir de ahí, y esa es nuestra obligación, se impone la necesidad de medidas quirúrgicas, sin que baste la personal convicción y compungimiento de quien ha estado y está al frente de esa formación. Entran en juego la necesidad de ganar la confianza; la certeza de que la inacción en estos momentos es la peor solución; la falta de seriedad por parte de los contrarios que exigen y ni siquiera reconocen los casos propios. El “y tú más” es torpe reacción de quien no tiene soluciones ni las busca.

Dan ganas de bajarse de este mundo tan sucio; porque si falla la creencia en la honradez y la limpieza de aquellos a los que encomiendas tu futuro, el de los tuyos y de tu país, ¿qué nos queda?
En estos días complicados para el presidente del Gobierno y secretario general del partido socialista estamos viendo una realidad a todas luces evidente. Las palabras, por muy compungidas que resulten y por mucha constricción que impliquen ya no significan más que una huida hacia adelante. Suenan huecas y no sirven más que para el espectáculo deprimente en el Congreso, en cada sesión.

El presidente del Gobierno, en cuya honestidad creo, olvida algo que para mí es fundamental y es que las responsabilidades políticas se deben asumir. Y cuando has sido el responsable por acción o por omisión tienes que aceptarlas, poner pie en pared y cambiar el rumbo de la legislatura. Una legislatura que aparenta estar in artículo mortis por sí misma y por la exacerbada presión social y política de la oposición.
No soy sospechoso de apoyar una opción de derechas, pero esto ya no es una cuestión entre partidos, el pueblo tiene responsabilidades y debemos ejercerlas. No quiero que en mi país gobiernen las fuerzas oscuras, que, sin duda, nos llevarían por unos derroteros no demasiado buenos. No podemos estar anquilosados en un discurso centrado en el insulto y la descalificación, sin que alguien aporte algo por temor a que la ultraderecha nos gobierne.

La misión será convencer a ese segmento de la ciudadanía que oye cantos de sirenas ultrasónicas y mentirosos. Tampoco creo que la respuesta sea aferrarse al poder en los términos presidenciales de “o yo, o el caos”. Esto no es así, ni tiene por qué serlo, porque nadie es imprescindible y cuando un líder se considera único e irremplazable está a un paso de la autarquía. Hay diferentes soluciones que pueden coadyuvar a recuperar la confianza.

Procesos espurios

El presidente Sánchez, en función de su alta responsabilidad, tiene la obligación de ser consciente de la situación de descomposición política en la que estamos y de cómo está horadando el mismo círculo en el que se mueve.

Es cierto, además, que una oposición con modos facinerosos ha ido soltando supuestos casos de corrupción que le afectaban en lo personal sin mayor recorrido, pero estirando hasta límites jurídicamente imposibles la instrucción debida. No es de extrañar que haya entendido como un rumor más los avisos que puedan haberle llegado sobre posibles extralimitaciones delictuosas de sus hombres más cercanos. Tanto avisar que viene el lobo lleva a que su llegada efectiva te pille de improviso.

La actuación de la derecha y la ultraderecha, con la ayuda de todas las fuerzas oscuras del agujero protofascista al que se asoman, lleva a la perplejidad, a la indignación y a la impotencia ante el surrealismo en que nos sumen, día a día. Leo que la Asociación Profesional de Fiscales (APIF) pide –en un escrito de acusación que me recuerda al que la Falange presentó en el caso del franquismo contra mí– seis años de cárcel para el Fiscal General del Estado, superando en dos años la condena solicitada por la acusación particular. Un exceso de celo, habría que decir con sorna, si el tema no fuera tan serio y si no resultaran evidentes los intereses de una asociación conservadora de la Fiscalía por quitarse de enmedio a un jefe que no va a cumplir tal vez con los rápidos y antes ¿habituales? ascensos para sus afiliados.

El proceso contra el Fiscal General parece tan espurio como malas parecen las artes de quienes han organizado esta historia y deficiente aparenta ser la instrucción que se sigue. Sin elementos probatorios, ni indicios directos o indirectos, ni periféricos de que Álvaro García Ortiz haya revelado secretos de nadie; con la certeza de que el jefe del gabinete de la presidenta de la Comunidad montó un lío espectacular sobre las presuntas fechorías fiscales del novio de la política aportando datos hasta entonces no conocidos; sabiendo que otros fiscales y en la abogacía del Estado se conocía el caso previamente y negando las declaraciones de los periodistas que muchas horas antes ya tenían los papeles en su poder.

Contra datos evidentes, el proceso sigue en el Supremo como muestra de que, en efecto, a veces la justicia no solo es ciega sino además sorda a los testimonios y muda a la hora de justificar sus controvertidas acciones. Desgraciadamente, en lo personal vivo aquí otro déjà vu de un caso; el mío, prefabricado y avanzando y sorteando los fundamentos legales, con un solo fin fatal: una sentencia contraria al acusado sí o sí. Espero, por el bien de la justicia española que tan maltrecha está, más atenta a manifestaciones y protestas que a las obligaciones de servicio público, que este proceso se cierre de inmediato por la Sala de Apelaciones.

Con todas estas cosas en la mochila, entiendo los problemas de Pedro Sánchez a la hora de no haber atendido a lo que debió creer insidias. Ocurre que a lo que parece sí que la corrupción podría haber anidado en las actuaciones de estos tres personajes que han tenido peso en el PSOE (al menos, dos) y en el Gobierno, y en esta ocasión los indicios apuntan a un proceso indiscutible.

Sobran las palabras

Pero, aun entendiendo todo esto, hoy por hoy, no nos basta con la simple palabra del presidente. En otro tiempo sí. Ahora no. Lo que dice y está haciendo lo debe acompañar de otras acciones y de una actitud diferente.

Tampoco parece oportuno que desafíe al jefe de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, a que presente una moción de censura. La cuestión no es lo que tengan que hacer los otros, sino lo que debes y puedes hacer tú. Y en este caso, el planteamiento de una moción de confianza parece lo adecuado. Así se podrán ver los apoyos parlamentarios, se constatará el alcance de las acciones judiciales, las propuestas de regeneración, el buen gobierno, los presupuestos… Si la gana, quedarán deslegitimados quienes ahora aprovechan para intentar derribarle. A las malas siempre tiene la sartén del adelanto electoral por el mango. Quizás deberíamos confiar más en el pueblo, que sabrá cuál es el mejor camino. O, incluso, dar un paso al lado, cerrar ciclo, y que otra lideresa o líder concluya la legislatura. A veces, hay que saber cuándo llega el final de un ciclo vital.

Hasta alcanzar ese punto, falta ver en qué términos confían los partidos en la inocencia estructural del PSOE y, sobre todo, en la de su secretario general y presidente del Gobierno. Esas dudas que han estado expresando son la clave de la situación de standby en que nos encontramos. El problema radica en que las formaciones tanto socias como parte de la investidura están a la espera de nuevas revelaciones –o no– que puedan enturbiar aún más la situación o, por el contrario, aliviarla. La incertidumbre, fruto de la falta de confianza, ya está haciendo su trabajo.

Cuando fui secretario de Estado y diputado en la legislatura de 1993/1996, dimití de todos mis cargos y entregué mi acta parlamentaria al considerar que había formado parte de una opción política como independiente y que la titularidad del escaño era del partido con cuya lista me presenté. Entregué una carta al presidente del Gobierno, Felipe González, el día 18 de abril de 1994. En ella le anunciaba mi marcha y las causas, que tenían que ver bastante con algunos casos de corrupción de la época. Y dije en un programa televisivo que conducía el periodista Jesús Hermida: un solo caso de corrupción debe hacer caer a un Gobierno.

Hoy día, mantengo la misma postura, por lo que considero que el presidente Sánchez tiene la obligación de adoptar decisiones y ser consecuente con el discurso de transparencia y limpieza que siempre ha sostenido y así evitar la actual deriva de la opción progresista de este Gobierno. Quizás evite de esta forma la desafección de la ciudadanía y el daño que en los próximos meses y años se inferirá en el corazón de la izquierda, que se merece una situación mejor. Hoy por hoy, en este déjà vu que nos aqueja, sobran las palabras.